Harald Schumann. El ensayista alemán investiga por qué sube el valor de
los alimentos cuando sobra la comida. Los especuladores crecen, sostiene.
Carla
Imbrogno
"Con la comida no se juega”, versa una pancarta frente a
la cancillería federal suiza en Berna, un lunes de marzo pasado. Un grupo de
representantes de la juventud socialista de ese país viene a entregar un
petitorio popular (“No a la especulación con alimentos”) que ha reunido unas
117.000 firmas certificadas y busca limitar por ley la inversión en
instrumentos financieros que operen con materias primas. Atribuyen a la
especulación con materias primas el alza del precio de los alimentos y el
hambre de los países pobres.
¿Hay especulación más perversa que la que opera con el
hambre? ¿Es posible que una minoría se enriquezca a expensas del hambre de
sectores mayoritarios de la población planetaria? La crisis alimentaria mundial
hizo furor en la opinión pública y los medios entre los años 2008 y 2011 como
supuesto coletazo de la crisis económica de los países industrializados, para
después volver a caer en el silencio. Se hablaba entonces de más de mil
millones de personas padeciendo, literalmente, hambre. ¿Pero qué hay detrás de
todo esto?
Según estadísticas actuales de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), son todavía más de
800 millones de personas en el mundo las que están crónicamente subalimentadas,
esto es: no tienen acceso permanente a alimentos seguros, nutritivos y en
cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos diarios. Aproximadamente
una de cada nueve personas se va a la cama cada día con el estómago vacío. Y
aun en casos en que se accede a comida, se habla de “hambre encubierta”, pues
lo que se come no contiene la cantidad mínima indispensable de micronutrientes
(vitaminas y minerales contenidos en algunos alimentos que, por lo general, son
los más caros). En más de cuarenta países del planeta, la desnutrición y sus
secuelas son la principal causa de muerte.
Harald Schumann se formó en ciencias sociales y en
planificación del paisaje y medio ambiente, y se dedica desde hace años al
periodismo de investigación. Durante casi dos décadas escribió para el
semanario Spiegel y desde 2004 trabaja para el periódico Tagesspiegel. Ganó
renombre a fines de los 90 como coautor del bes-séller La trampa de la globalización.
En 2011, Schumann hizo público un informe minucioso que sirvió de empujón a
iniciativas y voces críticas del sistema: desgranando la jerga financiera
plagada de términos ininteligibles para el lector sin trayectoria bursátil,
pone en relación de causalidad la creciente especulación financiera con
materias primas (agrícolas –maíz, trigo, soja, algodón, café, cacao– y
energéticas) a partir del cambio de milenio, la disparada del precio de los
alimentos y el hambre mundial. La editorial Fischer lo publicó en 2013 y ahora
Mardulce lo presenta en traducción de Renate Hoffmann con el título de
Especuladores del hambre.
– ¿Cuáles son, a su entender, las principales causas del
hambre?
–La causa principal es que, desde hace décadas, los gobiernos
de los países pobres afectados invierten poco o nada en la agricultura de sus
países y menos que menos en los emprendimientos de los pequeños productores.
Comparten en gran medida esta responsabilidad con organismos internacionales
como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones
dominadas por Europa y los Estados Unidos que han exigido incesantemente recortar
los gastos para el desarrollo agrario; desarrollo que beneficiaría la seguridad
alimentaria. Para colmo, europeos y estadounidenses exportaron a precios
dumping a los mercados de Asia y Africa sus excedentes de cereales, lana y
carne (producidos gracias a subvenciones millonarias), destruyendo la
producción regional y por ende confiable de los países pobres.
–En su informe usted relaciona la volatilidad del precio de
los alimentos con la especulación desregulada con materias primas. ¿Podría
describir este mecanismo de especulación financiera y su génesis?
–El precio de los cereales y de la soja es determinado
fundamentalmente por el negocio de los contratos a término (contratos que
obligan a las partes a comprar o vender una cantidad de materias primas en una
fecha futura establecida y a un precio fijo determinado de antemano), que en la
jerga financiera se conocen como contratos de futuros, o lisa y llanamente
“futuros”, y que se negocian en forma estandarizada en las bolsas de las
ciudades de Chicago, Londres y París, sobre todo. Hasta fines de los años
noventa, este tipo de contrato era una usual operación “de cobertura” que
servía en especial a los productores rurales, a los intermediarios y a la
industria alimenticia para cubrirse frente a posibles oscilaciones de precios
obligadas por inclemencias climáticas. En ese contexto, los especuladores
(quienes contratan sólo buscando especular con la evolución del precio del
“futuro” pero sin tener o pretender adquirir el bien subyacente) hasta
resultaban útiles porque garantizaban “liquidez”, pues compraban y/o vendían
contratos a futuro aun cuando los demás actores del sector se resguardaban.
Hasta el año 1999 regían límites para el número de contratos de este tipo que
una empresa aislada podía suscribir sin tener que probar un interés verdadero
en el comercio físico con materias primas, y esto limitaba la influencia de
inversiones especulativas sobre los precios reales de los alimentos. Con el
cambio de siglo, sin embargo, la industria financiera logró presionar de tal
modo que se levantaron esos llamados “límites de posición”. A partir de
entonces, los bancos de inversión comenzaron a ofrecer a sus inversores fondos
especiales para apuestas sobre los precios de las materias primas, inyectando
así miles de miles de millones en las bolsas de materias primas. Tal abuso de
las bolsas de futuros para la colocación de capitales derivó en oscilaciones
extremas de los precios. En los años 2008 y 2011 esto tuvo consecuencias
gigantes para la población pobre de los países menos desarrollados y
dependientes de la importación, porque los alimentos sufrieron gravámenes
drásticos aun cuando en el mercado mundial había cereales suficientes.
–No sólo los bancos sostienen que no hay evidencia que
respalde la afirmación de que la especulación influye en los precios reales de
los alimentos, también economistas como el propio Paul Krugman, mientras que
–por otro lado–, los productores rurales confirman que se rigen por los precios
en la Bolsa. ¿Por qué resulta tan difícil lograr claridad científica sobre la
relación entre la especulación y el hambre?
–Porque para demostrar fehacientemente dicha relación quienes
investigan deberían tener acceso a los datos reales, efectivos del comercio en
las bolsas. Así podrían describir en detalle la relación causal entre la
afluencia de capitales en los fondos de materias primas, su adquisición de
futuros y los precios pagados. Sin embargo, esos datos son secretos porque son
parte de los negocios privados de los diferentes actores. Por eso los
científicos no pueden medir más que la correlación entre una cosa y otra, y
dependen de cálculos econométricos para probar la causalidad; cálculos que,
entretanto, han alcanzado una muy buena calidad, léase, proveen estimaciones
certeras.
–Últimamente cada vez más bancos y otros inversores se han
retirado del negocio de las materias primas. También se han multiplicado las
voces públicas en contra de ese tipo de negocio. ¿Acaso ha habido regulaciones?
¿O cuáles son las verdaderas causas de la salida?
–Muchos inversores sufrieron grandes pérdidas con los fondos
de inversión en materias primas porque la burbuja de precios inflada gracias a
esas inversiones volvió a pincharse. Por eso, muchos administradores de
capital, como fondos de pensiones y aseguradoras, abandonaron sus colocaciones
en materias primas. El supuesto “hambre de materias primas” de China y otros
países emergentes ha mermado considerablemente. Además se dice que los
parlamentos de los Estados Unidos y de la Unión Europea volverán a introducir límites
de posición a las inversiones especulativas. No obstante, esto todavía no ha
sucedido y, por otro lado, su efectividad es dudosa, porque hoy es cada vez más
difícil distinguir entre especuladores, productores y consumidores. Todos hacen
todo.
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