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Leo en la revista Nueva
Sociedad, de la Fundación Friedrich Ebert, anexa al Partido Socialista
Alemán, que se edita en Buenos Aires, una entrevista con el sociólogo Alejandro
Velasco, profesor auxiliar de la Universidad de Nueva York, especialista en
Venezuela, en el que intenta explicar “por qué no bajan los cerros”. Y las
graves falencias que de ello se deriva, según su peculiar visión de la crisis
de excepción que vive Venezuela, para el campo opositor. Con el que el profesor
Velasco, manifiestamente, no simpatiza. Siendo la oposición venezolana, como
parece, una de las cobayas de su laboratorio experimental de ciencia política.
Lo que tampoco significa que esté de acuerdo con el régimen de Nicolás Maduro,
como corresponde a un sociólogo “correcto”. Vale decir, neutral in
partibus infidelis. Él se pretende un observador imparcial. Al extremo de
rechazar las posiciones del secretario general de la OEA, Luis Almagro, al que
descalifica con un olímpico desprecio muy propio de quien ve los toros desde el
escritorio de una bien remunerada cátedra universitaria, de un país que jamás
ha vivido una crisis de excepción: “En esta oportunidad, esta dinámica” –de
radicalización– “ha sido alentada de manera acentuada e –estoy convencido–
irresponsable, por voces como la del secretario general de la Organización de
Estados Americanos, Luis Almagro, cuyas declaraciones llegan a sonar más
fuertes que las de la propia oposición”.
Clásico ejemplo del investigador
social que intenta ser “correcto”, de esos que según lo expresó Marx en La
ideología alemana creen que los hombres no flotan porque no se les
ocurre, y que la crisis venezolana no es cuestión “de la cosa misma”, como
diría Hegel, sino un pervertido producto del fanatismo, el inmediatismo y el
delirio de gentes malsanas como el secretario general de la OEA y los
integrantes radicalizados de la Mesa de la Unidad Democrática. De ninguna
manera de un régimen que, sepa nuestro sociólogo por qué perversa razón,
asesina en promedio a un manifestante por día.
Lo que, según su parecer, nada
tiene que ver con las irresponsables declaraciones del secretario general de la
OEA. Desde luego, debe pertenecer, como buen analista socialdemócrata, a la
quinta del señor Rodríguez Zapatero y consortes, e imagino que está de acuerdo
con que no se aplique la Carta Democrática de la OEA a un régimen que
seguramente no considera dictatorial, y cuya tragedia ha de parecerle producto
de sus irresponsables protagonistas. De lado y lado, como solían decir los
neutrales del conflicto. De los que disparan a la cabeza con fusiles de alto
calibre y los que intentan defenderse con escudos de cartón.
Como en la de Obama y en las de la
familia Clinton, en la cabeza del señor Velasco tampoco caben malos
pensamientos derivados de una torcida y mal intencionada comprensión del
castrocomunismo. El de Maduro solo ha de parecerle un mal gobierno, frente al
que, tal como lo sostienen Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos y Leonel
Fernández, quienes en perfecta consonancia con Obama y el papa Francisco se han
dedicado a proteger al gobierno de Raúl Castro y a sofrenar las protestas de la
oposición venezolana, la única salida es el diálogo.
Parte nuestro analista in
partibus del supuesto suficientemente discutido por ciertos sectores
críticos que no terminan de alinearse en esta guerra asimétrica que, según lo
ha declarado esta misma tarde el señor Maduro, “de no ganarse con votos se
ganará con armas”, que sin la intervención definitoria “de los cerros” no habrá
cambio en Venezuela. Ni siquiera se ha enterado de la impetuosa intervención
que ellos están teniendo en el rechazo militante y combativo de los sectores
populares hasta hace meses cercanos al gobierno de Nicolás Maduro en la
exigencia por su desalojo. Frente a lo cual me cabe una reflexión necesaria,
supuesto el caso de que el rechazo al régimen no rondara ya 85% de la población
venezolana: ¿requieren las fuerzas directrices de una sociedad pedirle permiso
“a los cerros” para liberarse?
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Es propio del “correctismo
político”, tan a la moda desde la victoria de Barak Obama y la graciosa
concesión del Nobel de la Paz a quien hasta entonces no había hecho un solo
merecimiento, salvo desbancar a sus antagonistas políticos al interior del
Partido Demócrata, tomar los males por bienes y los bienes por males.
Creer, como sucede con la
homeopatía, que en el mal puede encontrarse la fórmula para dar con el bien y
que el tumor puede ser activado positivamente para su erradicación. De allí la
instrumental política de las pinzas: no tocar a los verdaderos enemigos de la
libertad ni con el pétalo de una rosa. Que a ellos más se les vence con
concesiones, complicidades y connivencias que con antagonismos. De allí el
“buenismo” –ese tibio, pusilánime y nefasto correlato del correctismo– con que
los funcionarios políticamente correctos que pueblan los despachos de las
dirigencias de la socialdemocracia europea y los demócratas estadounidenses se
aproximan a los síntomas de graves males, errores y desajustes de políticas
públicas y el horror que manifiestan ante las únicas formas de resolver las
enfermedades, enfrentándolas sin tapujos y con remedios que no suelen ser
gratos. Pues estemos claros: ninguna enfermedad se cura milagrosamente ni es
mejor que la sanidad, ni ningún remedio es mejor que no necesitarlo. Un ejemplo
fatal que nos ha traído a estos andurriales: la sumisión de Obama, Rodríguez
Zapatero y sus consortes de la Internacional Socialista ante los Castro. Una de
las razones que trajeran a Trump a la Casa Blanca. Y sirviera indirectamente a
la entronización de la dictadura venezolana, ante cuyos desafueros prefirieron
taparse los ojos.
Ahora resulta que de ser síntoma de
la grave enfermedad del subdesarrollo que afecta a Venezuela, “los cerros”
–además de ser el caldo de cultivo de las peores lacras que afectan a la
República: la delincuencia, la miseria, la incultura, siendo al mismo tiempo y
contradictoriamente la principal víctima de esas mismas lacras– ¿medio millón
de asesinatos bajo el gobierno “políticamente correcto” que vino en auxilio “de
los cerros” y terminó multiplicándolos a la enésima potencia? –se convierten en
la clave de la resolución de la espantosa crisis de excepción que vive
Venezuela. Precisamente, por el uso demagógico, clientelar y mafioso que
hicieron Castro, Chávez y el chavismo de los cerros para asaltar el poder y
contar con una base social de respaldo suficientemente poderosa como para
instaurar un régimen dictatorial y totalitario en Venezuela. El viejo sueño
iniciático de Fidel Castro: apoderarse de Venezuela para apoderarse de América
Latina. Que la clase obrera organizada lo rechazó desde su mismo asalto al
poder. Algo que nuestro analista posiblemente no sepa: un vínculo entre el
proyecto castrocomunista de Hugo Chávez y los cerros que solo pudo realizarse
mediante la descarada corrupción y compra de conciencias y el clientelismo
populista más desaforado, pues los cerros no iban pasar por el aro del marxismo
leninismo, como se dice en el lenguaje popular venezolano, “sin verle el queso
a la tostada”. Su compromiso comenzaba cuando se le atosigara con dinero y se
acababa automáticamente en cuanto explotara la crisis económica. Como en
efecto. No es marxismo: es manguangua.
El correlato sociopolítico que
viene en auxilio del analista que se hace a la tarea de reivindicar “los cerros”,
como si la extrema pobreza y la miseria que en ellos imperan fueran valores
positivos a ser ensalzados, y no la extrema expresión de la enfermedad terminal
que nos afecta, resulta lógico: conmoverse y dar por buena, santa y deseable la
pobreza de la pobresía; “ser pobre es bueno, ser rico es malo”, decía Chávez,
mientras acumulaba 4 millardos de dólares que hoy descansan en la cuenta de su
hija María Gabriela, y relativizar y minimizar la importancia relevante del más
que legítimo liderazgo emancipador “del llano”. Digamos, de las clases medias
que han asumido la vanguardia en la lucha por la libertad, un valor más que
relativo si se le ve desde las alturas “de los cerros”. Sectores hasta ahora
muy relativamente a salvo del abrumador peso de la crisis humanitaria provocada
e inducida por quienes han hecho de los cerros su principal clientela y
baluarte de estrategia y táctica políticas, mientras han evaporado alrededor de
300 millardos de dólares, hundiendo a la sociedad potencialmente más rica de la
región en la más misérrima. Una gracia muy propia del comunismo venezolano.
Pero profundamente solidarias precisamente con quienes más sufren de la crisis
humanitaria: los cerros. Pues los sectores que llevan el fardo de las
reivindicaciones políticas y sociales en la lucha contra la tiranía que, por
cierto, se afincó en el tumor canceroso de los cerros, precisamente por no
estar aplastados por la cultura cerril y poseer los instrumentos culturales
emancipadores, se ven obligados no solo a defender la democracia como su
natural forma de vida, sino de paso hacerlo en defensa “de los cerros”.
Obviamente, no para “cerrilizar” la sociedad, como lo han querido el marxismo y
todos sus experimentos, si bien bajo un concepto mucho más tecnocrático, como
el de “proletarizar” la sociedad y la cultura, sino para terminar con la
pobreza urbanizando la barbarie. Magnífico ejemplo nos están dando en ese
sentido la Iglesia venezolana y las universidades. Además de todos los gremios
profesionales, artesanales y laborales que articulan el grito liberador que
resuena en las calles de Venezuela. Con la única, sola y ominosa excepción de
las fuerzas armadas, corrompidas hasta la médula de sus huesos y al borde de un
estallido auto mutilador. ¿Han de sofrenar su empuje contra la dictadura
mientras no logren el respaldo absoluto y total de “los cerros”?
3
No es ocioso un acápite aclaratorio
respecto del papel de las clases sociales en los procesos de cambio
revolucionarios. Así disguste a los buenistas, los progres y correctos de todo
color y pelaje: la libertad y el progreso, incluso las revoluciones dizque
proletarias, no han sido obra de los sectores más deprimidos y depauperados de
la sociedad. El lumpen proletariado, que llamaba Marx, y que en tanto concepto
de su economía política es el que más se aproxima al de “los cerros”. Han sido
obra impulsada por minorías acomodadas, burguesas, cultas, educadas y
perfectamente resueltas económicamente. Ni Marx ni Engels, ni Lenin ni Mao, ni
muchísimo menos Fidel Castro procedían “de los cerros”, de los bolsones de
miseria de sus sociedades. O actuaban acicateados por el hambre y la pobreza,
así vivieran, como Marx, las dolorosas penurias debidas a su fractura
originaria respecto de sus universos sociales, incluso aristocráticos. Todos
ellos fueron directamente burgueses o pequeños burgueses, miembros consentidos
de familias pudientes, incluso latifundistas y terrófagos, como los Castro.
“Las revoluciones profundas fueron hechas siempre por opulentísimos
aristócratas.
No, señores; no está en la
esclavitud, no está en la miseria el germen de las revoluciones. El germen de
las revoluciones está en los deseos sobreexcitados de las muchedumbres por los
tribunos que la explotan y benefician”. Desde que Juan Donoso Cortés expresó
estas palabras en las cortes españolas, en febrero de 1849, no he encontrado
hechos que las refutaran. Antes, muy por el contrario, he vivido hechos que las
refuerzan. Desde la soviética en adelante, todas las revoluciones, incluidas
las de Hitler y Mussolini, fueron pensadas, ingeniadas, puestas en práctica y
dirigidas por minorías decisionistas y voluntariosas, cultas y educadas. Como
no podía ser menos en nuestro caso.
Chávez llega al poder aupado,
financiado y alebrestado por las clases altas y medias venezolanas, irritadas
por el costo que implicaba la sinceración económica llevada adelante por Carlos
Andrés Pérez y las perspectivas de adelantar un proyecto que torpedeara el
mercantilismo que las nutría. No fueron los cerros los que llevaron a Chávez al
poder. Y muy posiblemente no serán los cerros los que fracturen y hundan su
régimen. Serán las vanguardias políticas, hoy en lucha, perseguidas o
encarceladas. Lo cual no obsta para que, a despecho de los analistas que
esperan, creen o descreen de la posibilidad que bajen los cerros, los cerros no
hayan comenzado a bajar de manera arrolladora.
El 85% que se opone de manera
activa y militante, incluso con odio e indignación contra el régimen y sus
fuerzas armadas a lo largo y ancho de Venezuela, en todas las ciudades, aldeas
y poblaciones hasta paralizar al país, como han logrado paralizarlo y lo
seguirán haciendo, sin visos de mermar en su ofensiva, provienen de todos los
sectores sociales. Si ese 85% fuera acomodado, Venezuela sería Suiza. Otra cosa
es esperar que, violando la grandeza política impuesta a sus acciones por el
liderazgo democrático, la oposición propague Caracazos.
Que nadie espere motines de saqueo
y barbarie como el Caracazo. Esta es una auténtica revolución democrática, no
una carnicería del asalto de la marginalidad y la delincuencia organizada.
Salvo en esas esporádicas explosiones de saqueos propiciados por el régimen y
orquestados por los colectivos, la oposición venezolana ha alcanzado un nivel
de conciencia y madurez política verdaderamente admirables. Un buen comienzo
para comenzar a superar la cultura de la pobreza que reina en los cerros. Y del
cual los mártires de nuestra pobresía son más que un síntoma de futuro.
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