Una lectura
desde el análisis de los resultados electorales de febrero de 2014 y 2018.
22 de febrero, 2018
Sergio Araya Alvarado
El 4 de febrero de
2018, 3.322.329 ciudadanas y ciudadanos costarricenses tuvieron la posibilidad,
por décimo séptima vez consecutiva, de elegir a las máximas autoridades del
Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, para el periodo constitucional
2018-2022, cumpliendo de esta forma con lo establecido en el artículo 93 de la
Constitución Política.
El padrón electoral creció un 7,34% con relación al conjunto de costarricenses habilitados para ejercer esta “función cívica primordial y obligatoria” en las elecciones generales celebradas cuatro años atrás.
El padrón electoral creció un 7,34% con relación al conjunto de costarricenses habilitados para ejercer esta “función cívica primordial y obligatoria” en las elecciones generales celebradas cuatro años atrás.
En total 60 cargos fueron sometidos a elección popular. A saber: un Presidente y dos Vicepresidentes de la República, titulares del Poder Ejecutivo y 57 diputados a la Asamblea Legislativa, órgano parlamentario unicameral.
Un total de 13 partidos políticos presentaron fórmulas presidenciales y legislativas. A ellos se sumaron 12 partidos políticos que únicamente inscribieron papeletas para las elecciones parlamentarias.
Conocidos los resultados electorales oficiales emitidos por el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), se constató para la elección presidencial una votación válida de 2.154.673 electores, lo que representó un 64,85% del padrón electoral total habilitado para acudir a las urnas, distribuida de manera tal, que ninguna fuerza política alcanzó el umbral del 40% requerido para ganar en esta elección, obligándose con ello, por tercera vez en la historia política costarricense y segunda de manera consecutiva, a la realización de una segunda vuelta electoral, prevista para el día 1 de abril del año en curso, en la que nuevamente la ciudadanía fue llamada a escoger entre las dos alternativas que más votos obtuvieron el primer domingo de febrero de 2018.
Las
dos fuerzas aún en contienda, aglutinaron en forma conjunta tan sólo el 46,62%
del total de votos válidamente emitidos, siendo la diferencia entre la primera
y la segunda, de tan sólo 72.382 votos. El restante 53,38% de votos se
distribuyó entre los otros once partidos políticos, de los cuales tres
congregaron un 44,16% y ocho sumaron juntos un 9,22%.
Un aspecto a destacar es que, por primera vez desde su creación en 1951, el Partido Liberación no ocupa uno de los dos primeros lugares en la elección presidencial.
En esta ocasión se situó en el tercer lugar con un 18,63% del total de votos válidamente emitidos, su peor rendimiento electoral a lo largo de su historia.
Sumado a lo anterior, el apoyo electoral registrado por el Partido Unidad Social Cristiana, equivalente el 15,99% del total de sufragios válidos, provocó el escenario inédito de que la disputa definitiva por la Presidencia de la República no contará con ninguna de las dos fuerzas políticas que hegemonizaron el control del Poder Ejecutivo durante dos décadas y media.
Empero el aspecto más relevante de este proceso electoral fue el crecimiento inusual experimentado por el Partido Restauración Nacional, que pasó de un 1,34% equivalente a la cifra de 27.691 votos en la elección presidencial de 2014, hasta alcanzar el primer lugar en los comicios de febrero, con un 24,99% del total de votos válidos, correspondiente a 538.502 sufragios.
La elección parlamentaria arrojó la composición de una Asamblea Legislativa multipartidista, integrada por un total de 7 bancadas parlamentarias, dos menos que la actual conformación surgida de los comicios de 2014.
Otro cambio es la reducción de 3 a 1, las fracciones unipersonales.
La votación alcanzada por cada partido en las dos elecciones simultáneas evidenció que el llamado “quiebre de voto” se ha venido consolidando como un comportamiento electoral de un segmento considerable del electorado.
Muestra de ello son los resultados obtenidos por los partidos que aún permanecen en la lucha por alcanzar la Presidencia de la República, en ambas elecciones.
El Partido Restauración Nacional logró 538.502 votos en la elección presidencial, en tanto que obtuvo 356.082 sufragios en los comicios diputadiles. Es decir, un 33,87% menos de la votación recibida en la primera.
El Partido Acción Ciudadana consiguió 466.120 votos en la elección que aún no define al ganador absoluto; mientras que para la Asamblea Legislativa, sus siete papeletas lograron 321.203 votos, equivalente a un 31,09% menos de la votación alcanzada en los comicios presidenciales.
A priori, las cifras permiten concluir lo siguiente:
El nivel de apoyo ciudadano al sistema político y electoral costarricense permanece alto, aunque llama la atención el incremento del abstencionismo.
Desde la elección ocurrida en 1998, la tasa de abstencionismo osciló entre un 30 y un 34%, alcanzado en esta ocasión, el porcentaje más elevado, situándose en el orden del 35,65% en la elección presidencial.
Se desprende de estos datos que todas las elecciones celebradas en el siglo XXI han movilizado a casi un 70% de los respectivos padrones electorales.
El sistema de partidos políticos en Costa Rica tiende a ser multipartito moderado, dada la predominancia de cinco fuerzas políticas que, al menos en la elección presidencial de febrero de 2018, lograron el apoyo de un 90,78% del total de personas que emitieron su voto en forma válida.
En esta oportunidad hubo un viraje en el espectro ideológico hacia la centro-derecha, representado en la caída en la tasa de apoyo electoral experimentado por los partidos ubicados hacia la izquierda.
El Partido Acción Ciudadana, considerado de centro-izquierda, perdió fuerza electoral con respecto a la alcanzada en febrero de 2014, decreciendo un 0,74% equivalente en números absolutos a la cifra de 163.746 votos.
En la Asamblea Legislativa también sufrió una merma de escaños al pasar de 13 a 10.
Por su parte, el Partido Frente Amplio fue el más damnificado en esta pérdida de respaldo, al pasar de 354.479 sufragios obtenidos en 2014 a sólo 16.863 el 4 de febrero de 2018 en la elección presidencial, a la vez que perdió 8 curules legislativas.
La derecha también resultó afectada, al perder absoluta presencia legislativa su expresión partidista, el Movimiento Libertario.
Por otra parte, los partidos asociados con denominaciones religiosas de orden cristiana, con presencia en el Parlamento de manera sostenida desde 1998, encontraron en la figura del Partido Restauración Nacional un avance sin precedentes, tal y como fue antes señalado.
No obstante, este resultado de una de esas fuerzas no soslaya la pérdida de representación legislativa de los otros partidos ubicados en esta categoría, como son Renovación Costarricense y Alianza Demócrata Cristiana.
Paradójicamente, Restauración Nacional surge en 2005, como una escisión de Renovación Costarricense.
Desaparece de escena el Partido Accesibilidad sin Exclusión y en su lugar incursiona el Partido Republicano Social Cristiano con dos legisladores.
Finalmente, con la pérdida de la presencia en la Asamblea Legislativa del Partido Alianza Demócrata Cristiana, las agrupaciones de carácter sub-nacional desaparecen, al menos en lo inmediato, de los espacios de poder político público.
¿Lo antes referido expresa cambios de orden coyuntural o de índole estructural en el sistema costarricense de partidos políticos?
No siendo el propósito del presente artículo dar respuesta a esa interrogante, empero a manera de primera aproximación, puede inferirse de los resultados electorales comparados de los comicios de 2014 y 2018, aspectos que permiten advertir la migración a formas de organicidad y gestión políticas más líquidas, lo que torna al cambio y la novedad en factores determinantes y permanentes.
Ello va de la mano de ajustes en prácticas y modelos políticos dominantes durante varias décadas.
A manera de ejemplo, la importancia de la carrera política de los aspirantes a la Presidencia, otrora factor relevante y legitimador, hoy no deviene en un criterio estratégico de éxito. Tanto el Presidente Luis Guillermo Solís, como los que aspiran a sucederlo en mayo, se caracterizan por poseer una muy limitada trayectoria en esta materia.
De hecho, dos de los tres coincidirán en haber alcanzado el objetivo trazado en su primer intento.
La presencia beligerante en la dinámica de articulación y movilización político-electoral de actores como los movimientos de orden religioso y cultural que no necesariamente se ajustan en su naturaleza, estructura y lógica de funcionamiento, a las instituciones partidistas convencionales es otro factor diferenciador, cuyo significado y alcance aún no ha sido analizado con suficiente profundidad y rigor.
Ciertamente más allá de una comprensión clara de la nueva realidad de la praxis política, es compartido por propios y extraños que el proceso político y electoral costarricense contemporáneo muestras signos de cambio, cuya reversión parece poco probable.
Es menester adentrarse en la compleja, pero necesaria tarea de estudiar sus expresiones visibles, procurando adentrarse en los aspectos no evidentes que configuran las nuevas lógicas de acción subyacentes articuladoras de aquel.
En tanto, seguirá la correlación de fuerzas partidistas experimentado recomposiciones de manera continua e insospechada, con sus consecuentes efectos para el conjunto del sistema político vigente.
Sergio Araya Alvarado, politólogo
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