martes, 3 de noviembre de 2015

Potencias del pensamiento crítico contemporáneo (Razmig Keucheyan) - Samuel González Contreras



“Ninguna derrota se compone solo de derrota – pues
el mundo que abre siempre es un lugar
hasta entonces
insospechado.”
William Carlos Williams
Tomando la pista entregada por Perry Anderson en algunas de sus obras clave, el libro pretende dar cuenta de las configuraciones adquiridas por el pensamiento crítico de nuestra época. Intentado iluminar, como el subtítulo propone, un mapa de los pensamientos críticos contemporáneos.
Es importante destacar que la ruta planteada por Keucheyan tiene base en una mirada marxista (no dogmática), que brinda al conjunto de la obra un talante político vinculante que hace dialogar las condiciones socio-políticas con las dinámicas y contenidos del pensamiento crítico. “Es decir, lo que hay que hacer es interrogarse sobre los modos en que “mutaron” las doctrinas críticas de los años setenta en contacto con la derrota, hasta dar lugar a las teorías críticas aparecidas durante la década de 1990”.2

Razmig Keucheyan


Sobre este horizonte, una de las preocupaciones laterales de la obra gira en torno a las grandes periodizaciones en la historia del pensamiento crítico y el desarrollo de la izquierda. De acuerdo con el planteamiento más general de Keucheyan, los tres grandes inicios de la izquierda en la modernidad pueden plantearse en torno a 1789, 1917 y 1956. Es sobre el último de los periodos que el autor ubica la secuencia actual del pensamiento crítico, en un desplazamiento que sostiene las coordenadas generales del periodo anterior, y a partir de las cuales las nuevas teorías críticas establecen rutas y la emergencia de rupturas parciales.

De esa manera, la primera parte de la obra intenta generar una visión general sobre la producción de pensamiento crítico hacia la segunda mitad del siglo pasado. Remarcando la importancia del marxismo occidental, que tomó el relevo del marxismo clásico tras la glaciación estalinista3. Este escenario pone en pie nuevas tendencias intelectuales que pluralizan y dinamizan un ambiente hasta entonces hegemonizado por el marxismo, tomando en consideración, de acuerdo con Keucheyan, que la emergencia del estructuralismo pone en pie un proyecto teórico que pretende dar cuenta, de manera crítica y más allá de una determinada disciplina, del mundo y la realidad social. Una empresa que, de acuerdo al libro, constituye precisamente uno de los pilares y atractivos mayores del marxismo como pensamiento crítico.4

Los cincuenta y sesenta fueron años de ascenso y diversificación de la izquierda, un periodo animado profundamente por el espíritu de la resistencia antifascista en Europa, la revolución China (1949), la revolución cubana (1959) y los procesos de descolonización en África. De acuerdo al autor, parte sustancial de la producción crítica de ese entonces transcurrió en Francia, y la evidencia puede encontrarse en la profunda actividad y producción de autores como Althusser, Lefebvre, Foucault, Deleuze, Bourdieu, Barthes y Lyotard. Un periodo que pone en juego nuevas referencias teóricas, ocasionando nuevas confluencias y combinaciones (las influencias -mencionadas por Keucheyan-  de Weber en Luckács, Croce en Gramsci, Heidegger en Sartre o de Spinoza en Althusser)  así como la emergencia de viejos conceptos anteriormente devaluados por el marxismo clásico (utopía, soberanía ciudadanía) envuelto parcialmente por el positivismo.
Sin duda, uno de los desplazamiento más emblemáticos del periodo se ubica en la creciente importancia que adquirió el análisis de la alienación en detrimento de la explotación como categoría central del análisis estructural marxista, un trayecto parcialmente ocasionado por la publicación de los textos de juventud de Marx en las primeras décadas del siglo XX y por la experiencia de derrota de la revolución en Alemania y otros países occidentales, en donde se experimenta un cierto viraje del análisis de la estructura al de la superestructura, con el fin de explicar la dominación política que se articulaba no solo en el terreno de las estructuras estatales sino en las dinámicas y estructuras culturales e ideológicas.
Es importante hacer notar que este panorama aseguró fuertes cuestionamientos al pensamiento marxista clásico, sobre todo al dogmatismo estalinista, en relación al núcleo duro de su pensamiento revolucionario. Los debates sobre el poder, el Estado, el partido, la estrategia, la explotación y el sujeto revolucionario experimentaron cambios significativos en su forma de abordaje hacia la segunda mitad del siglo pasado. Como expone Keucheyan, tanto la relectura de Gramsci, como los posteriores trabajos de Foucault durante este periodo dan cuenta de una serie de visiones que descentralizaron la cuestión del poder en el terreno estatal, para abrir paso a concepciones que desplazan y descartan simultáneamente la idea de toma del poder a través del Estado y la necesidad de la estrategia revolucionaria en la lucha contra el capitalismo.
Sociologue. Maître de conférences à l’Université Paris IV. Il a choisi et présenté des textes des cahiers de prison dans Guerre de mouvement et guerre de position.



El Operaismo, así como el nacimiento de la Nueva Izquierda italiana constituyeron expresiones políticas que dieron cuenta de la radicalización de miles de obreros y estudiantes con un potencial espontáneo que pusieron en duda las estructuras del Partido Comunista Italiano, así como sus concepciones teóricas. En otra sintonía, la experiencia de la revolución cubana y el despertar de la guerrilla en América Latina emergieron en muchas ocasiones desde la organización de jóvenes que se ubicaron a la izquierda de los partidos comunistas y de aquella estrategia cifrada sobre una alianza vacua y regresiva con las burguesías anti-imperialistas. Este ambiente contribuyó también a la emergencia de pensamientos críticos con base en el “Tercer Mundo”.

Con distintos alcances, los nuevos enfoques en la concepción de las sociedades capitalistas expresaron la complejidad y la profundidad que adquiría la dominación política capitalista en Occidente, tal como lo planteó Gramsci premonitoriamente. Sin embargo, muchas de estas visiones alcanzaron -y alcanzan- peligrosamente una visión que, al diseminar el poder en todas las esferas, homologando la condición política de distintos espacios sociales, terminaron por desarmar cualquier intento de reflexión estratégica que apunte a una ruptura política, considerando que es imposible, o que en todo caso resulta un ejercicio altamente totalitario:
“si hemos de creer en las concepciones de esta Nueva Izquierda, el socialismo debe realizarse, no tanto mediante la revolución política y social, la toma del poder y la estatización de los medios de producción, sino apuntando a liberar al hombre de la alienación: en lo cotidiano, en la familia, en las relaciones sexuales y en sus relaciones con el prójimo”.5
Sin duda, el ambiente de lucha y reflexión gestado en la posguerra sufrió una inflexión significativa en torno al 68. Que implicó una ola de protestas juveniles internacionales que en muchos lugares adquirieron tintes claramente políticos, conquistando dinámicas de movilización capaces de articular a diferentes sectores de la sociedad, más allá de la juventud. La transformación radical en la correlación de fuerzas durante estos años a nivel internacional, a favor de las clases dominantes, así como el inicio de la crisis económica, cimbraron la potencia de los proyectos emancipatorios de la época, generando un ambiente de derrota que afectó contundentemente la producción de pensamiento crítico en todo el mundo. Las dictaduras en América Latina y la reacción y golpes militares contra los gobiernos antiimperialistas en África dan cuenta de ello. En este escenario, y de acuerdo con el autor, la vitalidad del pensamiento francés sufre una desaceleración que en cierta medida es remplazada por autores y publicaciones anglosajonas (Perry Anderson, Eric Hobsbawm, Christopher Hill).
Con este panorama como sustento Keucheyan presenta cuatro hipótesis que alumbran y guían el conjunto de la obra. La primera, anteriormente mencionada, postula que las teorías críticas contemporáneas operan sobre las coordenadas políticas heredadas de las décadas de los sesenta y setenta.6 En este caso, se recalca que la crisis de las teorías y modelos clásicos constituidos en el seno del movimiento obrero, surgida en la década de los cincuenta, continúa vigente.7 La segunda retrata la escaza conexión entre los intelectuales críticos actuales y los procesos políticos reales.8 La tercera hipótesis parte del reconocimiento de la internacionalización del pensamiento crítico cuya trayectoria se dirige, cada vez con mayor fuerza, hacia las periferias del sistema-mundo (África, América Latina y Asia). Esta misma hipótesis incluye la idea de que el centro de producción de pensamiento crítico contemporáneo se encuentra en los Estados Unidos, en la dinámica que algunas de sus universidades han generado para la formación y recepción de intelectuales críticos. (Condición que se relacionaría con el hecho de que este país es, a la vez, uno de los centros mundiales de las políticas identitarias.)

La cuarta hipótesis, conclusiva en relación a las anteriores, formula la idea de que los pensamientos críticos contemporáneos resultan de un proceso que combina dos mecanismos: la hibridación, como proceso que mezcla viejas referencias críticas o articula nuevas corrientes y autores que no estaban presentes, y la introducción de nuevos objetos de investigación, en este caso Keucheyan menciona los medios de comunicación y la ecología.9 Esta última forma comporta la implementación de nuevos instrumentos conceptuales, así como renovaciones al interior del cuerpo teórico preexistente.

A la luz de estas hipótesis el capítulo tres del libro ofrece uno de sus campos mejor logrados, al poner en pie una tipología de los intelectuales críticos contemporáneos. Es importante aclarar, como el propio autor explica, que los seis tipos ideales planteados no se tratan de siluetas cerradas sino de cualidades que caracterizan a estos pensadores pero que con frecuencia se mezclan. La primera clasificación está dedicada a los conversos, aquellos intelectuales que durante las últimas décadas sufrieron desplazamientos significativos, alejándose de los campos del pensamiento crítico (Lefort, Furet o Colletti), en este mismo ámbito, aunque sin un tipo propio, se incluye a aquellos intelectuales que radicalizaron sus posiciones hacia la izquierda (Derrida por ejemplo).10Por su parte, los pesimistas son intelectuales que reúnen pesimismo y radicalidad frente al panorama de las últimas décadas (GuyDebord, Jean Baudrillard).




Los resistentes presentan a un tipo de intelectuales que mantuvieron sus posiciones políticas (Noam Chomsky, Daniel Colson, Daniel Bensaid), coincidiendo en cierta medida con los innovadores, pensadores que han hibridado influencias (Hardt y Negri en su mezcla: Marx, Deleuze, Foucault. Zizek y su interés por Lacan o Butler y Laclau en su recuperación de Derrida) o abierto campos de reflexión como el ecosocialismo (Bellamy Foster, Joel Kovel, Michael Löwy) y la crítica a los medios de comunicación. Los expertos son la quinta categoría y pertenece a aquellos pensadores especializados en una disciplina o temática que les ha permitido desarrollar contra discursos alternos a los dominantes, en ella se incluyen a pensadores como Bordieu o Vandana Shiva. Por último se presenta a los dirigentes, pensadores que mezclan la actividad intelectual con la dirección de un proceso político.

Sin duda la categoría más escasa y en donde se mencionan los casos de Álvaro García Linera y el Subcomandante Marcos.
La segunda parte del libro, que reúne el cuarto y el quinto capítulo, consiste en proyectar un mapa de los pensamientos críticos contemporáneos en relación a la caracterización del sistema capitalista internacional, tanto de sus periodizaciones como de sus distintas articulaciones imperialistas, económicas, estatales y nacionales, y a distintos debates sobre la idea de sujeto en relación a la emancipación. Dos pilares centrales que atraviesan toda la historia del pensamiento crítico en clave marxista. Por supuesto, la revisión que Keucheyan nos propone discute en perímetros que van más allá de esta tradición.
En la última década asistimos a un resurgimiento acelerado del debate sobre el imperialismo y la caracterización del capitalismo a nivel mundial. Esta insistencia es parte de un ambiente global tensionado por intensos reacomodos en el orden capitalista mundial, cifrados por fuertes inestabilidades de origen estructural: crisis económica, proliferación y profundización de conflictos bélicos, emergencia de China y de otras potencias, así como el establecimiento de un nuevo orden en la división internacional del trabajo y en la configuración del mercado mundial. Buena parte del debate, como muestra lateralmente el recuento de Keucheyan, se concentra en la discusión sobre el estado del imperialismo norteamericano y la caracterización de la crisis económica, tanto en el terreno estructural como coyuntural.
Sobre esta estela de debates Keucheyan reúne nombres como el de Harvey, Cox, Arrighi, Negri y Hardt. Las nuevas configuraciones que han adquirido la dominación y la explotación capitalista a nivel mundial implican fuertes debates. La caída del muro y las mudanzas del periodo ponen sobre la mesa la posibilidad de pensar que las teorías clásicas emanadas del pensamiento crítico marxista han caducado definitivamente. Sin embargo, la dominación imperialista, la función del Estado y la vigencia de la nación continúan siendo la arena de discusiones contemporáneas como lo prueban los debates lanzados por las obras de Negri y Hardt.
De cualquier modo, es importante mencionar que estos debates han sufrido fuertes inflexiones tras la caída de las torres gemelas el 11 de setiembre de 2001, y las posteriores invasiones a Medio Oriente, que confirmaron la centralidad del poderío norteamericano en el orden global, así como tras el estallido de la crisis financiera en 2008, situación que trajo consigo respuestas que afirmaron protección de los Estados capitalistas a favor de sus burguesías. Cuestiones que expresan que la lógica territorial de los Estados nacionales juega un papel primordial en la reproducción del capital a nivel mundial, al generar condiciones necesarias para la acumulación de capital. La solución espacial (spatial fix) de David Harvey muestra precisamente una de las caras más cruentas del papel de los Estados ante la crisis generada por sobreacumulación y financiarización (primordialmente aunque no únicamente), como facilitadores del despojo que establecen una coordinación supeditada a la dinámica del capital, que ostentan valiosos recursos territoriales, militares y políticos que no pueden ser simplemente desaparecidos.11

Critiques - La nature en guerre, avec Razmig Keucheyan: Nature En, La Nature

 Condición que prueba que, a pesar de las dinámicas de descentralización y fluidez del poder en nuestras sociedades, potenciadas por la tecnologización permanente y acelerada de la sociedad, continúan existiendo centros materiales y políticos que ostentan riqueza, poderío militar y fuertes estructuras políticas, que por supuesto sobrepasan al Estado y se colocan a nivel internacional (OTAN, FMI). Sin embargo, la idea de Hardt y Negri sobre el impero propone un escenario en donde el papel de los Estados ha sido sustituido por instituciones globales. Pero la invasión a Irak por parte de los Estados Unidos, bajo la presión de muchos de sus clásicos aliados que no estaban de acuerdo, hace evidente la concentración imperial del poder y la ausencia de un ambiente en donde existan instituciones globales con capacidad de mando a esta escala. Cambiados, si se prefiere mutados,  pero tanto el fenómeno del Estado, como el del nacionalismo, siguen siendo condicionantes actuales y pistas sobre las cuales se debaten nuestras sociedades.
La cuestión del sujeto constituye uno de los grandes atolladeros del pensamiento crítico y de la estrategia de la izquierda en las últimas décadas. La densidad del debate, sin embargo, no proviene solo del decurso de las luchas anticapitalistas del siglo pasado, ni de la diversificación de las luchas, que por otra parte siempre fueron plurales -como recalca Keucheyan- aunque no de la misma manera, sino de una tensión que atraviesa a la época como exhiben algunos de los debates lanzados por autores contemporáneos como Zizek, Badiou o Rancière. Estos tres autores son reunidos por Keucheyan bajo el subtítulo de El acontecimiento democrático, llamando la atención sobre el desplazamiento experimentado desde el estructuralismo hacia el posestructuralismo sobre la base de un giro al acontecimiento.12 El contacto con la derrota y el encuentro con un ambiente evanescente concedieron a la filosofía política un papel preponderante en el sentido de reconstruir las condiciones y coordenadas generales desde donde replantear el problema del sujeto.

En este caso es vital recalcar la necesidad de diferenciar campos de discusión teórica para no perder matices y proyecciones en el terreno de la política. El debate sobre el sujeto aparece a distintos niveles que por supuesto interaccionan, pero que no terminan por disolverse. El terreno ontológico es fundamental, la época incluso pone en tela de juicio la pertinencia de continuar utilizando esta categoría, sugiriendo que más que una totalidad, o una realidad coherente en algún grado en el terreno de la identidad, se trataría de una función del lenguaje. A contrapelo de esta tendencia, una parte significativa de los pensamientos críticos contemporáneos intentan poner en pie la discusión sobre la pertinencia no solo de continuar hablando del sujeto y de la subjetividad, como procesos abiertos y permanentemente inacabados, sino de pensar cierta universalidad que permitiría continuar problematizando la condición humana de la mano de las condiciones históricas, pero incluso más allá de éstas. Muchas posiciones que operan solo en un extremo, bien en la ontología o en el ámbito histórico-empírico, corren el riesgo de cometer excesos que llevan el problema a un callejón sin salida, generando respuestas que rayan en la contingencia extrema o en una suerte de esencialismo, de diverso tipo. Al mismo tiempo, el panorama presentado por el libro brinda un ejemplo de las dificultades de articular el plano de la filosofía política con el de la estrategia política, con un marcado saldo en el terreno de la producción teórica a favor del primero, como Keucheyan reconoce.
Una parte significativa de los planteamientos contemporáneos hacen énfasis en el carácter constructivista y antiesencialista de la subjetividad, recalcando su carácter contingente, intersubjetivo, procesual y conflictivo. Buscando desmontar cualquier tipo de esencia social inherente a la condición social, económica o cultural y también de jerarquía como lo muestra el antiespecismo de Haraway.13 Sobre este horizonte la obra propone un apartado muy importante titulado Posfeminida-des,  en donde se reúne a tres autoras: Donna Haraway, Judith Butler y Spivak. El hilo conductor de esta sección se mueve sobre debates en torno al género, el sexo y la identidad de las mujeres. Más que una condición material o social, producto de una determinada dinámica histórica, la idea de las mujeres sería una construcción histórica que se genera al identificarse y nombrarse como tal. Para Butler, por ejemplo, el sujeto mujeres es el resultado de la lucha feminista, pues antes de ésta las mujeres no existían como sujeto.14

Left Hemisphere: Mapping Contemporary Theory: Razmig Keucheyan, Gregory Elliott: 9781781685594: Amazon.com: Books


En este terreno, la identidad de las mujeres se pone en cuestión como forma de la emancipación. La pertinencia o no de una política de la representación aparece en el corazón del debate, pues cada forma de auto representación que se establece en pugna con el orden social dominante, como en el caso de las mujeres, contribuye a que determinados campos sociales explotados u oprimidos adquieran coherencia y sean capaces de enunciarse y articularse políticamente. En este caso, las formulaciones y concepciones de la subjetividad fungen como mecanismos de subjetivación, como formas de producción intersubjetiva de la subjetividad social en el terreno político. El riesgo, como resalta la sección, es que puedan transformarse en una barrera para la articulación de las luchas y la generación de solidaridad. Al poner siempre énfasis en el feminismo o el indigenismo, las mujeres y los indígenas pueden terminar por colocar sus problemas por encima de los otros, o siempre primero que los demás, que sobre la condición que los puede unificar a los otros sectores de explotados y oprimidos. Esta condición revela el profundo debate en torno a las políticas de las minorías o de la diferencia, que por un lado son catalizadores políticos vitales que acuerpan, pero que en determinados momentos o grados pueden convertirse en barreras a cuestionamientos más universales. En el fondo, a ello apuntala intención de Zizek al otorgar cierta primacía a la explotación como condición general de nuestras sociedades que coloca frente a nosotros a un enemigo común.

El debate sobre las clases sociales es uno de los últimos abordados por el libro. Sin duda uno de los grandes pilares de discusión que conecta la obra de Marx con los marxismos posteriores. Es importante destacar que el núcleo del enfoque clasista propone una visión conflictual y procesual de la vida social. Que la historia sea la historia de la lucha de clases implica que existe un principio de contradicción material que tensiona y constituye campos contrapuestos de la sociedad y que, además, las clases no solo constituyen localizaciones en la estructura productiva sino que poseen el potencial de la acción colectiva, de la lucha. Es la lucha, como motor de la historia, la que está puesta en el centro de la formulación histórica de Marx. La lucha agrega políticamente a la clase (desagregada por la dinámica del valor) y otorga auto-representación, así como proyección histórico-política. Es la lucha de clases el motor de la historia, pero al mismo tiempo, es la lucha de clases la única capaz de acabar con la historia de las sociedades de clase basadas en la propiedad privada y el Estado. La vigencia de la mirada clasista radica, pensamos, en la vigencia de una mirada que ponga atención en la desigualdad, el conflicto y el valor de la acción colectiva como motor de cambio para las clases subalternas.
Esta es la potencia que ofrece la mirada clasista del marxismo, pero que en definitiva ha atravesado fuertes crisis en las últimas décadas. Frente al economicismo y positivismo predominante en buena parte del marxismo durante décadas, la mirada de E.P Thompson establece un punto de partida primordial para las reflexiones contemporáneas sobre la constitución de las clases. Como es conocido, su propuesta intenta saldar la dicotomía entre ser y conciencia, o entre estructura y súperestructura, mediante la introducción de la noción de experiencia. Mecanismo ligado a un giro historicista que palpa sobre la piel de la clase no solo un designio mecánico, y sin conciencia, sino una experiencia de confrontación desde su nacimiento que mezcla ser y conciencia. La clase adquiere dimensión como padecimiento, se padece la clase, pero también como pugna permanente, lo que nos coloca en el terreno de la acción sobre sí mismo, en la subjetivación que se establece a través de la experiencia en tensión y relación con las localizaciones estructurales.
En este caso Keucheyan pone en contacto la visión de Thompson con las problematizaciones contemporáneas de Harvey, a propósito de la relación entre clase y comunidad, de Olin Wright, al ubicar algunas de las tensiones contemporáneas en la definición de las clases en campos difusos, y de Álvaro García Linera, para mostrar la riqueza de un pensamiento que se alimenta y teoriza sobre la base de una experiencia política que mezcla diversas formas de hacer política, sindicales y comunitarias, que nos plantean interesantes articulaciones políticas de las clases sociales. Uno de los debates contemporáneos de importancia para el pensamiento crítico, transcurre precisamente en el examen de las mediaciones políticas que establecen las clases en la organización y concepción de su actuar.
ALGUNAS CONCLUSIONES

“Si otro mundo es posible, llegó la hora de decir cuál”D. Bensaïd
La obra de Keucheyan comprueba que el complejo siglo XX sigue latiendo entre nosotros, conviviendo con las insuficiencias y tensiones de las luchas actuales, que la ausencia de la estrategia para proyectar el mañana es, a la vez, una deuda profunda, una cita pendiente con otro siglo XX que se disputará en las próximas décadas. Anidando en las tensiones, pero también en las esperanzas del nuevo siglo. No para recobrar el hilo de un gran relato, fatal o mecánico, sino para establecer las coordenadas de un planteamiento que nos permita volver a cuestionar el conjunto y no solo partes, replanteándonos en consecuencia estrategias para mudar al mundo desde la raíz. En este sentido, la obra de Keucheyan es una obra fundamental para reconstruir las trayectorias del pensamiento crítico de nuestra época y recuperar, o reconstituir, su potencia transformadora.
Foto de Seminario Marx Revisitado


No podemos dejar de lado que el invaluable esfuerzo realizado por el libro exige sinceridad a la hora de discutirlo. Y es que aun y cuando el recuento se plantea a nivel internacional la obra se mantiene en un marcado tono francés de discusión, expuesto en los debates abordados y en los autores desarrollados, así como en una radiografía altamente europea y anglosajona. Sin equiparar, por supuesto, los niveles de innovación y creatividad que aunque tiendan a internacionalizarse conservan buena parte de su base en los países más ricos del norte. Al mismo tiempo, puede resultar problemática la idea de que el centro actual del pensamiento crítico es Estados Unidos. Sin poner en duda el auge de este país en el concierto del pensamiento crítico global, es importante evidenciar la persistencia europea como centro conductor del pensamiento crítico, así como la pujanza latinoamericana de las últimas décadas, sin que ambas cuestiones ostenten semejante magnitud.

En nuestra perspectiva, no será posible el renacimiento del socialismo tal y como fue conocido en el siglo pasado. Las sociedades, las formas de la dominación y también las de la resistencia han cambiado profundamente, pero esos cambios llevan consigo la persistencia del capitalismo. Por ello, la vigencia y potencia del pensamiento crítico se revela ante la raíz estructural que mantiene a las sociedades actuales bajo el imperio del capital, condición que implica la articulación central de la explotación, como dinámica global y fundante, que a su vez se encuentra articulada y asociada a diferentes formas de opresión y  mecanismos de devastación ecológica.
La crítica a la propiedad privada, la alienación, la opresión, la explotación, el Estado, la devastación ecológica y el examen de la emancipación y de sus condiciones específicas en cada país y continente sigue siendo una labor urgente y vital de nuestro tiempo.
En este sentido es importante preguntarnos si los pensamientos críticos contemporáneos están a la altura de la situación, de explicar la dominación y dotar de un preciado diálogo teórico a las luchas actuales. La desconexión teórica y política manifiesta en la dicotomía entre dirigentes políticos e intelectuales continúa mostrando serias dificultades en la conexión entre práctica y teoría. Sin que la última deba supeditarse a la primera, por supuesto. Pero, como recuerda la invaluable reflexión de Lenin, no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. La teoría en este caso incluye apartados claramente científicos, que tienen que ver con el examen y caracterización socio-política de la realidad, pero también un elemento creativo,  que tiene que ver con el arte de la política, con el acto inexacto y potencial de la lucha.
La ausencia estratégica de nuestro tiempo exhibe un siglo XX desgarrado y descreído en la memoria política de los oprimidos, sumergido en balances parciales que ensombrecen el presente de nuestro siglo. ¿Qué postura construir ante la derrota? Las izquierdas antisistémicas han brindado diversas respuestas que pueden agruparse en grandes polos. Ya que la tendencia hegemónica del siglo pasado, hasta un cierto punto, era de matriz marxista-leninista, las posiciones de las últimas décadas se ubicaron en referencia a este paradigma. Un paradigma que por otra parte alojaba diversas ramificaciones, pues el modelo de la revolución de octubre con su guerra de movimientos, y sus cualidades obrera y urbana, figuraba como unos de los referentes, a lado del modelo chino con su guerra popular y prolongada, que agrega una dimensión territorial tomando parte en una sociedad de base campesina y de la experiencia cubana. Frente a este horizonte normalmente se toma una actitud completamente polarizada, o bien se reniega fatalmente de estas experiencias, tratándolas como simples errores en la historia de la izquierda, optando por una visión autonomista (neo-libertaria en el sentido de reactivar debates que recuerdan al anarquismo) o asegurando que la única vía es luchar dentro del margen de las instituciones existentes, mediante una política sin rupturas, deslizándose a distintas formas de reformismo(socialdemócrata, social liberal)Una tercera interpretación, minoritaria, considera a estos episodios, o a algunos de ellos, como los ejemplos o modelos vigentes, retrocediendo en ocasiones a posturas mecanicistas.
Como puede verse, parte significativa de la discusión se relaciona con un balance estratégico del siglo XX, con una evaluación encargada de establecer un determinado tipo de relación del pasado con las luchas actuales para activar el futuro de la estrategia. El papel del pensamiento crítico se establece en este punto y en la necesidad de desarrollar diversos campos  de discusión desde la tradición marxista: al interior del marxismo o de los marxismos existentes, al interior del comunismo como corriente que reúne también al anarquismo y a distintas formas de pensamiento anticapitalista, revolucionario y libertario, y más allá de estas delimitaciones con corrientes posmodernas, posestructuralistas o liberales.
La urgente necesidad de la crítica es un ejercicio vacío sin la pregunta por las formas de la emancipación. En muchos sentidos la crisis de la estrategia puede palparse en el terreno del lenguaje de la izquierda radical y el abandono de una estela militante de conceptos y categorías. Estrategia, táctica o guerra de posiciones son conceptos traídos del lenguaje militar por el marxismo clásico de Lenin, Luxemburgo, Trotsky y posteriormente por Gramsci y Mao. Pero la cuestión va mucho más allá de su procedencia militar o epocal. La idea de una estrategia está ligada a la necesidad de concebir una caracterización social que considera que existe un poder concentrado socialmente (clases dominantes y no solo) a través de instrumentos de dominación localizados (Estado capitalista y no únicamente) y en consecuencia posibilidades de articular una estrategia central que agrupe las luchas de los oprimidos y los explotados y consistente en organizar un contra poder que rebase a las clases dominantes y sus Estados generando una ruptura, un poder que no disputa solo el campo de la política sino también el de la cultura, entre otras dimensiones sociales. El error es creer que este ejercicio es necesariamente totalitario, o condena a la estrategia a un camino irreparable hacia el poder en su forma estatal y al mismo tiempo en pensar que la estrategia es la simple aplicación de modelos, sin contemplar la existencia de tiempos y de condiciones específicas que impiden pensar en las experiencias históricas como recetas para cocinar revoluciones.
En todo caso, la crisis económica y política actual revela que buena parte de la discusión gira en torno a la necesidad de una ruptura con las sociedades contemporáneas a partir de la acción y organización de los de abajo, lo que nos lleva al debate sobre el sujeto de la emancipación y sobre la estrategia de los sujetos. El saldo de las últimas décadas está lejos de inhabilitar la discusión sobre el Estado y el poder, lejos también de una conclusión sencilla, univoca o unilateral de las experiencias revolucionarias del siglo XX. Las insuficiencias estratégicas de distintas luchas autonómicas y de diversas tomas de gobiernos en algunos países (Bolivia, Ecuador, Venezuela), colocan la necesidad de pensar nuevos escenarios revolucionarios que no contrapongan el campo social, supuestamente no estatal, con el político, esquivando el electoralismo, el inmediatismo, el localismo y el sectarismo. En ese tenor resulta vital plantearnos la construcción de un contrapoder popular y democrático capaz de proyectar un Estado de transición anticapitalista, pero lo rebase mediante mecanismos concretos: control de las comunidades sobre territorios, escuelas, fábricas y barrios. La autogestión democrática de la sociedad a todos los niveles y la propiedad colectiva de la riqueza, así como la abolición de la explotación, la opresión (en sus diversas manifestaciones) y la devastación ecológica siguen siendo la apuesta radical del comunismo para nuestro siglo.

Es la vigencia de la ruptura, del horizonte emancipatorio planteado por muchas de las revoluciones del siglo XX, la que coloca sobre el pensamiento y tradición del marxismo la posibilidad de conectar el presente a las experiencias revolucionas del siglo pasado. Pero esa conexión, potencial, depende de la capacidad de diálogo teórico y práctica política que el marxismo y los marxistas puedan establecer para explicar la actualidad, comprender las formas en que los de abajo luchan en la actualidad y sopesar las experiencias pasadas con el fin de proyectar horizontes de pensamiento crítico y estrategia política revolucionaria.
Si 1917(Rusia), 1949(China) o 1959 (Cuba) se convierten en simples recuerdos o en referentes históricos eso depende de las luchas de nuestro siglo, de la capacidad que tengan de asimilar y combinar la pluralidad y pujante creatividad de las luchas actuales con un balance serio de las estrategias del siglo XX, con el objetivo de proyectar nuevas rutas para la emancipación. El relanzamiento del marxismo durante estos años se ve envuelto en una paradoja, la emergencia y auge del pensamiento crítico y de las luchas de las últimas décadas manifiestan un desfase entre las pulsiones de cambio, la capacidad que el pensamiento crítico anti sistémico tiene para articularse a éstas y la escasa articulación política conquistada por las corrientes marxistas revolucionarias ante las coyunturas de las últimas dos décadas. Diversas luchas actuales muestran un nivel fragmentario, que aun y cuando levantan cuestionamientos generales sobre el funcionamiento de la sociedad, no son capaces de proyectar un horizonte estratégico que permita abrir paso a pensar las revoluciones de nuestro siglo, sobre esta bisagra se juega parte significativa del pensamiento crítico de nuestra época.


NOTAS
1 Keucheyan Razmig, 2013. Hemisferio Izquierda. Siglo XXI de España Editores. Traducción de Alcira Bixio.
2 Página 24.
3 Página 25.
4 Página 40.
5 Ingrid Gilcher-Holtey, La contribution des intellectuels de la nouvelle gauche à la definition du sens de Mai 68, citado por Keucheyan en Hemisferio Izquierda.
6 Página 104.
7 Página 104.
8 Página 104.
9 Página 105.
10 Página 81.
11 Harvey David, 2007. El nuevo imperialismo. Traducción de Juan Mari Madariaga. Ediciones Akal. Madrid, España.
12 Página  232.
13 Haraway Donna. Manifiesto Cyborg. http://blogs.fad.unam.mx/asignatura/adriana_raggi/wp-content/uploads/2013/12/manifiesto-cyborg.pdf
14 Butler Judith, 2009. “Problemas de género, teoría feminista y discurso psicoanalítico” en Sujeto y relato, antología de textos teóricos. UNAM, FFyL.

Todas las ilustraciones fueron publicadas en la revista Memoria, Revista de Crítica Militante
Foto de Razmig Keucheyan:
http://versobooks-prod.s3.amazonaws.com/images/000002/532/keucheyan-1b61c8ea23d70feb25c82358489d10d0.jpg

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1 comentario:

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