El proceso político
venezolano está conduciendo a un creciente control de la economía, además de la
política propiamente dicha, por parte del estamento militar. Ello no debería
causar sorpresa alguna. Si entendemos por socialismo, en uno de sus aspectos fundamentales,
la propiedad y manejo de los medios de producción por parte del Estado, resulta
natural que en países como el nuestro, en los que la mayoría de las
instituciones son débiles, el poder económico basado en el Estado gravite hacia
uno de los pocos sectores medianamente cohesionados dentro de su frágil
estructura. Resulta natural –para insistir– que en un contexto de socialismo
tercermundista el poder económico gravite hacia los militares.
Caben de entrada dos
anotaciones. La primera es que de cierta manera puede aseverarse que Venezuela
ha sido un país cuasi-socialista por décadas, solo que el rumbo de
concentración del poder económico en manos del Estado se ha intensificado
durante la “revolución bolivariana”. Recuerdo en tal sentido que en su ensayo
de 1970, ¿Socialismo para Venezuela? (o quizás en otro escrito suyo; en este
instante no puedo comprobarlo), Teodoro Petkoff señalaba, visualizando el
porvenir político del partido Movimiento al Socialismo (MAS), que la
acumulación de todo tipo de industrias y otros quehaceres de la economía en
manos del Estado concedía importantes ventajas a un proyecto como el que él y
sus compañeros en el MAS ansiaban construir. Esta visión de las cosas adquirió
enorme peso adicional cuando tuvo lugar la nacionalización del petróleo,
convirtiendo al Estado venezolano en un coloso ante el cual el sector privado
no ha dejado de hacerse casi invisible.
En segundo lugar,
importa destacar las relevantes analogías que la dinámica venezolana tiene con
lo que fue designado como el socialismo árabe, así como, y de manera muy
significativa, con lo que ha venido ocurriendo en Cuba estos pasados años.
El socialismo árabe
en tiempos de la Guerra Fría y aun después conjugó cuatro elementos: 1) un
caudillo carismático, 2) una economía centrada en el Estado, 3) un papel
decisivo, político y económico, para el estamento militar, y 4) un esquema de
alianzas internacionales concebidas para dar sostén y proyección al experimento
local. De ese modo Nasser y Sadat en Egipto, Saddam Hussein en Irak, Hafez el
Assad (y ahora su hijo) en Siria, y Muammar Gaddafi en Libia, entre otros,
dieron vida a una fórmula que logró, durante convulsionados pero duraderos
períodos, estabilizar regímenes autoritarios con innegables fortalezas.
Tres elementos eran
necesarios para preservarles: recursos económicos, el apoyo militar y la
destreza del caudillo para evitar errores irreparables. Fueron esos errores,
más que la ausencia de otros factores, los que erosionaron a Nasser, Saddam
Hussein y Gaddafi, por ejemplo; pero en líneas generales cabe indicar que la
fórmula fue exitosa, no propiamente en términos del bienestar que generó para
los pueblos que la sufrieron, sino de su vigor intrínseco como modelo político.
Ahora bien, el caso
cubano también aporta para entender la actual situación venezolana y
posiblemente sus perspectivas. Al igual que en Cuba, donde el estamento militar
controla la economía, en Venezuela la dinámica del proceso ha potenciado el
papel de los militares por encima de sus aliados en el sector civil
ideologizado. Cabe señalar que algo similar ocurrió en los casos del socialismo
árabe, en los que se produjo una gradual erosión del papel de los movimientos
políticos que impulsaron inicialmente a los caudillos, a favor de la red de
poder en manos del ejército.
Por otra parte, así
como Nasser, Sadat y Saddam Hussein buscaron en su momento en la Unión
Soviética el pilar de apoyo necesario para ampliar su cobertura y obtener
respaldos desde fuera, la “revolución bolivariana” tiene en Cuba una fuente de
ayuda clave para procurar su perdurabilidad en el poder. No se trata tanto de
armas u otros aspectos materiales, desde luego, sino del control efectivo de lo
que el politólogo Karl Deutsch denominó, en su libro de igual título, “los
nervios del gobierno”, es decir, los sistemas de información y control que
garantizan que el poder no se diluya, para emplear el término que usaba ese
casi olvidado asesor de Hugo Chávez en sus comienzos, el argentino Norberto
Ceresole, un estudioso del socialismo árabe y sus más conocidas figuras,
especialmente de Nasser.
No intento argumentar
que todo esto sea un proceso plenamente consciente y teóricamente claro para
sus actuales protagonistas en Venezuela y Cuba, aunque tal vez algo hay allí
por descubrir. Lo que de veras interesa es poner de manifiesto, de un lado, que
el control de la economía por parte del Estado no solamente ha dado a la
“revolución bolivariana” una inmensa palanca para apuntalarse, sino que también
la ha llevado a caer cada vez más dentro del ámbito de poder del sector
militar. De otro lado, la dinámica descrita ha creado una extensa clientela en
una sociedad que si bien se empobrece día a día, también se hace más
dependiente del Estado, aunque sea para acceder a recursos o migajas más
escasos. De allí que sea errado pensar que la precaria situación económica de
la sociedad necesariamente lleva a la crisis del régimen. La intervención de
otros factores sería necesaria para su decisivo resquebrajamiento.
El estamento militar
venezolano en tiempos del chavismo ha pagado y sigue pagando severos costos
relativos a su imagen, reputación y sentido histórico, aunque ello se verá de
manera más clara hacia adelante. Desde luego, es de presumir que la creciente
concentración de poder en sus manos ha enriquecido y enriquecerá a buen número
de militares, o como mínimo les ha aislado total o parcialmente de las penurias
que experimenta la sociedad civil (lo mismo ocurrió bajo el socialismo árabe, y
ocurre hoy en Cuba). Pero ello tiene su precio.
Para empezar, el mito
de la capacidad gerencial de los militares, que fue cultivado durante la IV
República o República civil y que enlazaba con el régimen de Pérez Jiménez, ha
sido destruido por el patente fracaso de la gestión económica de la
“revolución”. En segundo lugar, cualquier reputación de la que hayan podido
disfrutar en el pasado los militares venezolanos, tanto en el campo de la
eficiencia como en el de la lucha contra la corrupción, ha quedado hecha
añicos. La única reputación sólida de que gozan ahora se vincula a la capacidad
para reprimir. En tercer lugar, y recordando el lema del que nuestro Ejército
se enorgullecía como “forjador de libertades”, la estrecha alianza con la Cuba
castrista, impulsada por el sector civil ideologizado del régimen pero sumisamente
aceptada por el sector militar, coloca en entredicho la herencia histórica de
nuestras Fuerzas Armadas. La conversión de Venezuela en una especie de
neocolonia cubana es un resultado vergonzoso de estos años de oprobio.
Ciertamente, Nicolás
Maduro y el PSUV necesitan a los militares, pero en la actual coyuntura
internacional los militares necesitan a Maduro y las instituciones civiles del
régimen, como el CNE y el TSJ, para sostener la ficción constitucional que
existe en nuestro país.
Anibal Romero, El Nacional 6 de abril 2016
No hay comentarios.:
Publicar un comentario