Reúnen firmas para
revocar el mandato presidencial, hay apagones en todo el país y una tensión
creciente entre gobierno y oposición.
El 27 de abril de 2016 la
crisis que actualmente padece Venezuela presentó las dos caras posibles de su
desenlace: una institucional, pacífica y democrática; otra violenta, rematada
por la toma del control por los militares. Ambas opciones están encima de la
mesa y el desarrollo de una u otra dependerá de las decisiones tomadas de aquí
en adelante.
El futuro del país depende, en buena medida, del desarrollo de una
u otra vía. Por una parte, millares de venezolanos salieron a firmar para
solicitar un referéndum que le revoque el mandato a Nicolás Maduro. Por la
otra, una ola de saqueos obligó a la militarización de Maracaibo. Que ambas
cosas hayan sucedido el mismo día, demuestra que la situación tiene el rostro
de Jano: es el cruce entre el inicio y el final de una etapa (eso que la
oposición ha llamado «la transición»); pero también, y esto es lo que inquieta,
demuestra que esa transición tiene tantas posibilidades de ser pacífica como de
desatar una violencia cuyos resultados finales nadie puede prever.
Comencemos con lo de
Maracaibo. Lo ocurrido en la segunda ciudad del país (pero la capital de su más
importante distrito petrolero), es la síntesis de un cúmulo de situaciones
negativas que se han venido sucediendo en el país desde hace tres décadas, y que
ahora parecen haber llegado a su punto de ebullición. La combinación de los
apagones que ya llevaban días provocando protestas, con la rabia latente en las
largas colas, provocaron el caldo de cultivo para que estallara la violencia.
En los más diversos puntos del país, los apagones programados (cuatro horas
diarias) han generado comprensibles disgustos, pero en Maracaibo, con una
temperatura promedio de casi 30°, estos han sido mucho más graves. Famosa por
los aires acondicionados que la hacen, según se bromea, «la ciudad más fría de
Venezuela», explicar ese consumo eléctrico fuera de cualquier racionalidad es
casi un tratado de historia contemporánea venezolana. Según cifras oficiales,
en 2010, Venezuela consumía 85% más kilovatios por hora que Brasil y 254% más
que Colombia, en parte gracias a su electrificación, mucho más profunda que en
estos dos países, y en parte a que la energía es casi regalada (o francamente
regalada entre los más pobres). Esto fue posible gracias a los petrodólares que
por setenta años permitieron el desarrollo hidroeléctrico del río Caroní,
conocido globalmente por el nombre de la represa del Guri, y a una enorme
inversión privada y estatal en plantas termoeléctricas que ha dejado una
capacidad instalada de 34.440 MW. El problema es que hoy sólo se producen
17.000 de esos MW, cuando el país necesita 18.000. El mantenimiento de estas
plantas, por razones que van desde las expropiaciones a la corrupción, no se
desarrolló al mismo ritmo que el aumento del consumo, que se disparó durante la
bonanza que disfrutó Hugo Chávez hasta 2008. Fue un quinquenio en el que los
más pobres pudieron renovar todo su menaje de electrodomésticos, muchas veces
subsidiados o regalados por el Estado. Así, cuando las casas pasaron de tener
un televisor a tener tres de plasma, las plantas sólo trabajan, cuando lo
hacen, a un 30% de su capacidad, aumentando la dependencia de una
hidroeléctrica que, según los especialistas, también tiene problemas de
mantenimiento y además debe enfrentarse al fenómeno de El Niño.
Pero lo de la electricidad es
sólo una de las aristas del problema. Con una canasta básica que cuesta unos
doscientos mil bolívares, y un sueldo mínimo, si se incluyen los tickets de
alimentación, de veinticinco mil, es comprensible que el hambre sea un problema
real, como ya lo demuestran muchos estudios, y mucho más angustiante que la
falta de luz. Así las cosas, Maracaibo no es la única ciudad en la que ha
habido saqueos. De hecho, en todo el país, incluyendo Caracas, se han reportado
casos. Incluso, sabemos de localidades pequeñas en las que el Estado ha perdido
completamente el control por algunas horas. Es en este contexto que a Maduro le
cayó el chaparrón de los casi dos millones quinientas mil firmadas recogidas en
dos días. Cuando en enero se instaló el nuevo parlamento controlado por la
oposición, su presidente, Henry Ramos Allup, prometió salir de Maduro por vía
constitucional en los siguientes seis meses. De las posibles vías para
lograrlo, al final la del referéndum revocatorio ha resultado ser la más
probable. La oposición contaba con treinta días para reunir las cerca de
doscientas mil firmas (el 1% del electorado) que se necesitan para iniciar el
proceso: en menos de dos obtuvo un número seis veces mayor, de casi un millón
doscientas mil. Aunque al mediodía del 28 ya se había alcanzado la meta, los
puestos de recolección tuvieron que continuar abiertos para las centenares
personas que acudían a firmar.
Las largas colas de
ciudadanos de todas las clases sociales (entre ellos había funcionarios
públicos, opositores y muchos chavistas) firmando en todo el país, se
convirtieron en una protesta mucho más elocuente y que efectiva que cualquier
saqueo. En particular llama la atención que el recuerdo de la llamada «Lista
Tascón» no funcionó (se trata del listado de quienes habían firmado para
solicitar el referéndum contra Chávez en 2004, publicado por el diputado Luis
Tascón y usado para perseguir a los opositores en los entes públicos y las
contratistas del gobierno). «Ya nos han quitado todo», dijeron muchos cuando se
les preguntó por la posibilidad de otra lista similar. Aunque la situación
podría ser más desgarradora, la frase de Marx, según la cual no queda más que
perder excepto las cadenas, parece haberse cumplido. Las encuestas afirman que
un 70% de los ciudadanos apoyan la revocatoria de mandato al presidente Maduro.
Aunque parece ser un movimiento muy difícil de detener, lo imperioso es que,
luego de haber visto las dos caras de Jano el 27 de abril, trabajemos por la
cautela y porque el clima sea de paz.
Por Tomás Straka
Nueva Sociedad, Mayo 2016
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