A horas de la hora cero
Tomás Straka
Por Tomás Straka | 24 de julio, 2017
Si una frase se ha repetido en los medios, las redes y las conversaciones es que la semana que comienza hoy es “crucial” y para algunos incluso “definitiva”. Lo primero no implica necesariamente lo segundo, y por eso entra mejor dentro de universo de lo probable (en la Venezuela de incertidumbres actual, sólo queda hablar de probabilidades, nunca de certezas). A pocas horas de la hora cero, no sabemos si estamos al final del prólogo o ya del libro completo. Las personas de a pie, e incluso algunas que se puede pensar más enteradas, desconocen demasiadas de las cosas que están en juego como para hacer un diagnóstico cierto. Tal vez no haya nadie que tenga una idea clara de todo el tablero. Por eso es tan importante armar un primer esquema con lo que tenemos a mano.
¿Qué podemos afirmar? Básicamente, que la semana pasada el gobierno de Maduro recibió una seguidilla de reveses importantes. No son cualquier cosa las 7,6 millones de personas que manifestaron su desacuerdo con la Constituyente el 16 de julio, según todos los observadores, una las protestas cívicas más grandes de la historia (y habrá que sacar cuentas para saber si no fue la más grande); la reacción de la comunidad internacional ante la legitimidad que esta protesta le dio a la oposición, solicitando la suspensión de la Constituyente; la amenaza, en este contexto, de sanciones importantes por parte de los Estados Unidos y, finalmente, el exitoso paro cívico del 20 de julio.
Si a eso le sumamos que los cien días de protestas son un récord adicional al de los siete millones y medio de firmas, Nicolás Maduro tiene graves problemas. No obstante, nada parecía persuadirlo de suspender la Constituyente. Al menos hasta el 22 de julio, cuando en el programa de Mario Silva asomó la posibilidad de postergarla si la oposición decidía incorporarse a ella. Al día siguiente volvió a hacer un llamado a la negociación.
Ambas declaraciones nos llevan a un terreno en el que ya los rumores, potenciados por las redes sociales, van ocupando el espacio que dejan libre las certidumbres. Maduro habló de negociaciones en curso. Su credibilidad es tan baja, que pocos lo han tomado en serio. O no creen que haya negociaciones porque nada venido de él puede ser verdad, o creyéndolo, consideran un disparate negociar con alguien que ha probado no tener palabra.
Por su parte, la oposición ha negado que haya una negociación en curso, pero se ven cabos sueltos que podrían indicar lo contrario (la sorpresiva prisión domiciliaria de Leopoldo López, el viaje de Juan Manuel Santos a La Habana, las peticiones mismas del Kremlin y Raúl Castro al respecto, la actividad de Rodríguez Zapatero fuera y dentro del país), además de que el sentido común, si queda alguno, obligaría a parar un conflicto cuya escalada podría convertirse no sólo en una tragedia mayor de lo que ya lo es para los venezolanos, sino en un verdadero problema para la estabilidad de la región.
Lo último se asocia con un factor que está tomando cada vez más cuerpo y que puede ser decisivo: las sanciones de Estados Unidos. Cuando Marco Rubio compara a Diosdado Cabello con Pablo Escobar Gaviria no está diciendo cualquier cosa, sobre todo de cara a lo que Estados Unidos hizo para que se cazara (literalmente) al capo colombiano y a lo que unos años antes había hecho con el recientemente fallecido Manuel Antonio Noriega. Esto, según los entendidos, no significa que haya una operación de los marines en ciernes, pero sí que el nivel del conflicto subiría varias atmósferas.
Todos se decantan sobre la posibilidad de sanciones petroleras y del impacto devastador que podrían tener en el país. Tanto, que analistas como Moisés Naím han pedido que no se apliquen, porque temen más al impacto humanitario que tendría sobre los venezolanos, que en un régimen que no ha demostrado tener demasiados escrúpulos en defender el bienestar de la ciudadanía. El embargo, aseguran, ayudó a atornillar a Fidel Castro. De hecho, Delcy Rodríguez afirmó que seguirían en el poder “aunque nos muramos de hambre”, experiencia ya vivida por los cubanos en el Período Especial. A su vez, Maduro ha tratado de aprovechar las amenazas con un discurso nacionalista y antimperialista, pero su impopularidad impide que esto, como cualquier cosa que diga, surta algún efecto.
Después de leer a especialistas como Francisco Monaldi y Alejandro Grisanti en este mismo portal, se puede concluir que Trump tiene muchas posibilidades para aplicar sanciones sin tomar grandes riesgos. El chavismo, previendo que tarde o temprano un escenario como este ocurriría, diversificó el mercado petrolero, pero privilegiando lo ideológico. Así, el petróleo que se manda a China ya está hipotecado. Y los barriles que a través de diversos convenios se suministran a otros países que no pagan en lo inmediato o lo hacen a cambio de servicios o especies, nos hacen, comparativamente, más dependientes que nunca del mercado americano, que es la gran fuente de efectivo.
No hay a la vista una Unión Soviética que compre nuestro petróleo como la hubo en 1960 para la azúcar cubana. Por su parte, para los americanos la disminución de los envíos desde Venezuela ha significado justo lo contrario: como cada vez nos compran menos barriles, de forma relativamente fácil pueden sustituirlos con sus reservas o con otros proveedores. Eso sin contar con otras formas más sutiles de presión, como suspender las ventas de disolventes para el crudo pesado (la mayor parte del nuestro lo es) o de la gasolina que se importa, o poniendo obstáculos a las transacciones financieras que paralicen el mercado. En lo que hay consenso, es en que estas medidas tendrían efectos sociales demoledores en una población que ya padece muchas privaciones. Analistas ven un éxodo de venezolanos abarrotando los países fronterizos.
Así, a pocas horas de la hora cero, como en la cuenta regresiva de un reloj-bomba, estamos expectantes ante la dimensión del estallido, pensamos en cómo guarecernos de él y rezamos para que, por obra de algún prodigo, no ocurra. En realidad son varias “horas cero”: la del paro general; si no surte efecto, la de las elecciones del 30 de julio; y lo que decida Trump y el resto de la comunidad internacional si se reúne la Constituyente. Son, en efecto, horas cruciales. No sabemos si las definitivas. Hay demasiadas cosas en curso para saberlo.
¿Fin del militarismo venezolano?
Maduro es defendido por generales envilecidos por la narcocorrupción, dispuestos a matar civiles
La camarilla militar fascista argentina, luego de asesinar durante casi una década a decenas de miles de compatriotas y hundida ya en un cieno de corrupción y latrocinio, quiso en 1982 contrarrestar su universal descrédito con una aventura patriotera y le dio por invadir las islas Malvinas. Luego del desastre militar que Margaret Thatcher y la Marina Real dejaron caer sobre las cabezas de los milicos torturadores y asesinos y que, al cabo, los desalojó del poder y abrió las puertas a la democracia, el secular militarismo argentino no ha vuelto a tener mayor beligerancia en la vida política de su país.
Al observar los actuales acontecimientos venezolanos, ¿no cabe acaso preguntarse si la denodada insurrección civil que desde abril pasado se opone al designio totalitario del asesino Maduro, pelele de narcomilitares, no será el episodio que, cambiando lo que haya que cambiar, represente para el también ya secular militarismo venezolano lo que el albur de las Malvinas para el argentino?
Considérese que desde 1830 han transcurrido 187 años en los que solamente hemos tenido 40 años de democracia representativa, sin que en ese lapso hayan faltado turbulencias golpistas. Chávez, militar golpista por excelencia, se envolvió hábilmente en el manto del culto a Bolívar, un fervor militarista profesado por civiles.
Considérese que desde 1830 han transcurrido 187 años en los que solamente hemos tenido 40 años de democracia representativa, sin que en ese lapso hayan faltado turbulencias golpistas. Chávez, militar golpista por excelencia, se envolvió hábilmente en el manto del culto a Bolívar, un fervor militarista profesado por civiles.
Luego de más de 100 muertes, hoy se enfrentan la desarmada ciudadanía y Maduro
Nací bajo una dictadura militar, la del oblongo y grisáceo general Marcos Pérez Jiménez, “nacionalista” caudillo de ladrones. Pérez Jiménez, es sabido, huyó del país una madrugada de enero de 1958 luego de varios días de sangrientos choques callejeros entre la policía y centenares de activistas de las dos organizaciones partidistas que protagonizaron la resistencia, Acción Democrática y el Partido Comunista.
Aquellos violentos disturbios siguieron a una huelga general tan bárbaramente reprimida que hoy se calcula que en solo tres días hubo unos 500 muertos. Esas muertes deben sumarse a las de los heroicos luchadores, mujeres y hombres, que, en el curso de una década, murieron víctimas de atentados o en las mazmorras de la policía política después de ser horriblemente torturados.
No es faltar a la verdad, sin embargo, señalar que los melindrosos militares, muchos de ellos antiguos perezjimenistas, que con morosidad se alzaron a cuentagotas en las últimas tres semanas de aquella década infame, lo hicieron solo luego de recibir, de parte de los intrépidos demócratas conjurados, toda clase de seguridades sobre su resolución de desafiar las balas y sobre cuál sería su futuro en el nuevo tiempo. Al final, los milicos recibieron, a partes iguales con los dirigentes demócratas, el crédito por la liberación de Venezuela. Sin poner un muerto.
La huelga general y el derramamiento de sangre que la siguió fueron la “prueba de amor” que, invariablemente, piden los militares venezolanos a los civiles antes de intervenir en el descabello del tirano de turno. Así funciona la vaina: esa fue la premisa detrás del fallido golpe de abril de 2012, el golpe seguiría a la ingobernabilidad.
Es la misma que, oscuramente, alienta desde 2014 la estrategia de “calle y calle hasta que Maduro se vaya”. “Calle” y muerte a manos de los “colectivos” paramilitares hasta que un ser mitológico llamado el Militar Constitucionalista, que mora en las profundidades de los cuarteles, despierte, se haga presente y nos salve. Esa lógica se ha agotado, al parecer.
Luego de más de 100 muertes, hoy se enfrentan la desarmada ciudadanía y Maduro, defendido por generales envilecidos por la narcocorrupción, probadamente dispuestos a matar civiles. Sea cual fuere el desenlace de esta semana crucial, es difícil pensar que vuelva a ocurrir un 23 de enero.
Si ha de haber verdadera victoria democrática, esta debe ser civilista o no será.
Si ha de haber verdadera victoria democrática, esta debe ser civilista o no será.
@ibsenmartinez
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