El 30 de julio marca la culminación de las protestas iniciadas por la oposición los primeros días de abril y que tenían como propósito la deposición de Nicolás Maduro, a lo que se le añadió posteriormente como meta la suspensión de la Constituyente. Ninguno de estos objetivos fue alcanzado, a pesar de que por cuatro meses se adelantó la estrategia de las “primaveras”, en la que se combinaron marchas pacíficas con acciones violentas de calle.
Una vez constatado el revés, los partidos de la Mud han decidido dar un giro y adoptar de nuevo la estrategia institucional. Esto se ha traducido en el levantamiento progresivo de “la calle” y en la decisión de participar en el proceso electoral de las gobernaciones. Son pasos positivos, que apuntan hacia salidas pacíficas.
Sin embargo, de lado y lado hay que dar pasos más profundos y de largo alcance. En esta perspectiva debe inscribirse ese nuevo dato la realidad: la Asamblea Constituyente, que pudiera servir tanto como un instrumento para ahondar el conflicto como de medio para concretar entendimientos. Todo depende de la voluntad política de los factores en pugna.
En cuanto al sector gubernamental, habría que despejar la tentación de crear una institucionalidad alejada de los aspectos clave de la democracia liberal. Y del lado opositor, se tendría que vencer el espíritu de revancha que quisiera imponer caída y mesa limpia, una ruptura en el sentido de un modelo completamente distinto al actual. Por lo tanto, hay que negociar unos parámetros de coexistencia que puedan inscribirse, de mutuo acuerdo, como parte de los cambios que se harán en la Constitución.
Claro está, esta opción tendrá que superar obstáculos. De una parte, la sobrestimación de fuerzas del lado gubernamental. Y en el campo opositor se debe descartar la estrategia de “la primavera”, el apoyo a grupúsculos que apuestan a la “lucha armada”, o la ejecución de un embargo extranjero, que por interés de Nación tendría que ser enfrentado por métodos excepcionales.
Enfoque Leopoldo Puchi
elepuchi@gmail.com
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