Lleva apenas 90 días en el gobierno, pero ya desató la furia de su antecesor y correligionario. Desde que Lenín Moreno asumió la presidencia, su apoyo popular ha aumentado al mismo ritmo que los roces dentro del partido oficialista, Alianza País, que está a punto de estallar. Su ruptura con la política y la gestión de Rafael Correa le ha valido el epíteto de "traidor" desde sectores correístas y una disputa abierta con el ex presidente.
Si algo ha caracterizado los primeros tres meses de gobierno del presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, sin duda ha sido la conflictividad que su gestión ha despertado dentro de su formación política, Alianza País. La explicación de esto se encuentra en el desgaste que ha sufrido el correísmo durante los últimos años, los conflictos internos que conllevaron la elección del sucesor de Rafael Correa al frente del oficialismo, así como los planes políticos de futuro del ex mandatario ecuatoriano.
Si bien Rafael Correa ganó con holgura las elecciones presidenciales del año 2013, sumando en primera vuelta casi 5 millones de votos frente a los 2 millones de su principal contrincante, cierto es también que los graves impactos en la economía nacional derivados de la caída de los precios del crudo comenzaron a sentirse apenas un año después de su reelección.
Lo anterior llevó a que el último período presidencial de Rafael Correa se caracterizara por la pérdida de la fuerte hegemonía mantenida durante sus seis primeros años de gestión.
Fin de la década dorada
Entre 2006 y 2014 Ecuador experimentó un crecimiento promedio de 4,3 por ciento del PIB, impulsado por los altos precios del petróleo e importantes flujos de financiamiento externo al sector público. Esto permitió un mayor gasto público, incluyendo la expansión del gasto social e inversiones emblemáticas en los sectores de energía y transporte.
En ese período la pobreza disminuyó del 37,6 por ciento al 22,5 por ciento y el coeficiente de desigualdad de Gini se redujo de 0,54 a 0,47 debido a que los ingresos de los segmentos más pobres de la población crecieron más rápido que el ingreso promedio. La coincidencia entre el período de bonanza económica en la región, la llamada década dorada, y el momento de mayor hegemonía política de Alianza País, con la figura de Rafael Correa a la cabeza, fue evidente.
El primer síntoma cuantificable de cansancio que experimentó el régimen se percibió en las elecciones seccionales del año 2014, en las que Alianza País perdió en todos los principales centros urbanos de la nación -incluida su capital- y en todos los territorios amazónicos sometidos a la fuerte presión extractivista. Por aquel entonces el presidente Correa, buscando un eufemismo para evitar hablar de retroceso político, utilizó el término remezón para calificar los resultados electorales de su formación política.
Consciente de que su figura aún estaba a salvo del desgaste político que mostraba ya su partido, y viendo que la economía nacional comenzaba a marcar sus primeros signos de debilidad, Correa lanzó ese mismo año la idea de presentarse nuevamente como candidato presidencial a las elecciones de 2017. Para ello, inevitablemente, era necesario cambiar la redacción de la Constitución de Montecristi -carta magna auspiciada por su propio movimiento político unos años antes-, pues el texto constitucional, en aras de impedir que cualquier autoridad política se perpetuara en el poder, dejaba claro que las personas en cargos de elección popular en Ecuador tan sólo podían ser reelectos una vez.
La mediocridad existente en el sistema tradicional de partidos ecuatorianos -lógica de la que no se salvan los grupos ubicados a la izquierda del correísmo- hizo que la agenda política desde mediados de 2014 hasta finales de 2015 estuviera marcada por el debate sobre la legitimidad de una eventual reforma constitucional.
En paralelo continuaba el deterioro económico del país, que fue agudizándose paulatinamente. En 2015, con una economía estancada por la falta de liquidez estatal, el crecimiento del PIB apenas llegó al 0,2 por ciento, agravándose la situación en 2016, cuando el país ya en plena crisis económica cerró el año con una contracción de -1,5 por ciento (el peor desempeño de la región tras Venezuela y Brasil).
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