Ganar y no
gobernar
Lo
que empezó con la pérdida de los programas políticos ha acabado en rencor y
abstención
ANTONIO NAVALÓN
9 Octubre 2016
Poco a poco, voz a voz, plebiscito a
plebiscito, escándalo a escándalo y provocación a provocación, el mundo va
asimilando que atraviesa un periodo insólito y lleno de transformaciones. Antes
se ganaban unas elecciones y casi de inmediato se empezaba a gobernar. Antes,
pactos como los de la Moncloa de 1977 eran un buque insignia de la manera de
hacer política en el mundo entero.
Ahora no hay gente ejemplar. Solo
contamos con un candidato estadounidense muy singular llamado Donald Trump que,
tras ser sorprendido aprovechándose de las ventajas legales del sistema fiscal
de su país, recibió el apoyo del exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, que le
calificó como “un genio absoluto” por lograr evadir el pago de impuestos.
Ahora ganar ya no es garantía de
gobernar. Y lo que empezó siendo la dictadura de las encuestas, la pérdida de
los programas y la política al vapor, ha terminado por ser un sobresalto
envuelto en un rugido, en rencor y en abstención.
Ese fenómeno ya es global. Por
ejemplo, David Cameron ganó una elección por mayoría absoluta contra todo
pronóstico y ofreció un referéndum para definir la permanencia de Reino Unido
en la Unión Europea. El resultado ya se conoce, el Brexit ganó. Y ahora la
nueva primera ministra, Theresa May, solicita a los empresarios británicos que
solo contraten a nacionales y no a extranjeros.
Juan Manuel Santos, el presidente de
Colombia, ha gobernado la mayor parte de su segundo mandato con bajos niveles
de aceptación por las negociaciones de paz con las FARC. Finalmente, el día del
plebiscito una parte de los colombianos rechazaron sus acuerdos. Sin embargo,
el mundo lo reconoce con el premio Nobel de la Paz, frente a la voluntad de su
pueblo. En sus ocho años como presidente de Estados Unidos, Barack Obama ha
tenido un índice bajo de popularidad y ha sido al final, en una especie de
despedida y de llegada del sentido común, cuando ha desafiado al Congreso y ha
podido gobernar en un mundo que ya lo ve como el mejor Obama.
Estamos viviendo un tiempo en el que
el estilo de vida de los pueblos ha cambiado. En ese sentido, y ante el
fenómeno que se vive en el imperio del Norte, es muy importante entender que
Trump tiene razón, porque el sistema de vida estadounidense está en peligro.
Sin embargo, no tiene razón cuando asegura que ese peligro proviene de los
mexicanos y de los inmigrantes en general. El multimillonario neoyorquino
significa el fin de lo políticamente correcto. Años de una experiencia
civilizadora en la que se abrazan John F. Kennedy, la caída del muro de Berlín,
la sangre derramada de Martin Luther King y la consideración de la mujer como
algo más que un objeto de deseo son destrozados a cada momento sin piedad en la
cuenta de Twitter de Trump.
Por eso, el sistema de vida
estadounidense está en peligro, pero lo está porque la campaña electoral ha
demostrado que Estados Unidos ha perdido el norte y se aproxima cada vez más a
la pérdida del liderazgo económico mundial en favor de China. Y lo está porque
Hillary Clinton, la rival del candidato republicano que encarna la frustración
y la ira social, no conoce a sus nietos, no conoce la juventud del país que
pretende gobernar.
Gran parte del fracaso de las
reformas políticas en las dictaduras se basaba en que los padres ignoraban lo
que pensaban y lo que querían sus hijos. En contraste, el éxito de ciertas
transiciones, como la española por ejemplo, se basó en que fueron los hijos los
que pusieron a andar ese tiempo de cambio.
Mientras tanto, el resto del mundo
está a la expectativa, incrédulo, a la espera de recibir noticias que permitan
recuperar dos pilares que se han perdido. Por una parte, la red de complicidad
social, y por otra, la búsqueda de un objetivo nacional. No pretendo recuperar
a Rousseau y su contrato social, pero sí señalar que todo lo que está pasando pone
de manifiesto que la potencia mundial está perdiendo la brújula.
Sin duda, aquella mañana soleada de
septiembre de 2001 cambió el mundo, también el político. Y no es culpa de los
estadounidenses la apatía o la falta de proyecto nacional de los españoles o
que sean más fuertes el enojo y las ganas de venganza de los colombianos que
las intenciones de paz o simplemente que sea más potente el grito del miedo que
el canto de la libertad. De lo que sí son responsables es del dólar y de
empresas como Microsoft, Facebook o Google, que no rinden cuentas a nadie, y
cuyas acciones a veces son una bendición y otras una maldición para el resto de
los mortales. El sistema de vida de Estados Unidos está en peligro y son los
propios estadounidenses los que matarán the american way of life.
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