martes, 25 de octubre de 2016

Francisco Jarauta: "Estamos al final de una ilusión y de una insuficiente modernidad" - Antonio Lucas



De negro, casi vestido de tiniebla y con la inteligencia en punta. Así se presenta Francisco Jarauta. Cree en la izquierda como motor del mundo. En Europa. En las lecciones de la Historia. En la Cultura sobre todas las cosas. En el pensamiento crítico. En la acción de la palabra. Y en todo aquello que escapa del surco de la estupidez y de la de la inercia de la medriocridad.

 

¿Para qué sirve un filósofo?
Hay dos figuras que se han encontrado en el camino. Una la que tú propones, el filósofo, que desde lejos es un referente que articula el lugar de las preguntas y los horizontes de toda cultura. La estupidez comienza cuando las preguntas desaparecen del mapa. Cuando en el siglo XVIII los cambios se precipitaron, las épocas comenzaron a bascular unas contra las otras y surge el tiempo de lo moderno, aparece la figura del intelectual a la lumbre de la Revolución. Y el filósofo se ve sustituido por el intelectual, alguien que acepta la responsabilidad pública y pone sobre la mesa algo nuevo: la opinión pública.

Que resulta fundamental para la modernidad...
Sin duda. En la opinión pública cristalizan las ideas que están de viaje y esos hombres que tienen el atrevimiento de asomarse a la ventana del tiempo para preguntarse qué está pasando. Ese intelectual ha tenido una gran fortuna a partir del siglo XIX. A partir de un determinado momento se encuentra con el escritor y, finalmente, con el periodista. Entonces el intelectual llega a ese lugar nada neutral de Émile Zola donde los periódicos reivindican otra Historia. En un momento como el nuestro, el intelectual pasa por esos mass media que son la página abierta donde la opinión pública se expresa.

¿Qué entusiasmos y qué desengaños acumula usted hoy?
Nuestro tiempo parte de una certeza radical: nunca hemos vivido en un momento tan acelerado y con transformaciones tan profundas. Muchas de las grandes sorpresas o acontecimientos, si no las contextualizamos, pueden precipitar nuestro naufragio. Hay que utilizar más la geografía de los hechos. Estamos en un contexto en que la perplejidad surge ante unos escenarios tan rápidos que las ideas quedan desconectadas. Hoy no sólo hay un déficit político, sino del ideario que atraviesa los espacios culturales. Asistimos a una profunda asimetría entre la complejidad actual del mundo y entre las instituciones que garantizan su gobernanza. Caminamos hacia el naufragio.

¿Es el fracaso de la democracia?
Creo que sí. Y es que las instituciones que fueron creadas para guiar la experiencia política de la humanidad han sido sustituidas por un consejo de administración dirigido por las grandes corporaciones financieras. De ahí que se hable de una postdemocracia.

¿Se ha reducido entonces la política a fontanería de sí misma?
Eso parece. Todos somos testigos de cargo de una situación que no deseábamos, pero cuando analizas más a fondo percibes que no hay tal sorpresa. Esto es una consecuencia directa de situaciones previas. Por ejemplo, en la transformación del mundo contemporáneo la perdedora es la democracia por dos nuevas vías: la globalización (que impone un poder inédito en el espacio planetario, donde las pequeñas naciones son subsidiaras de las decisiones estratégicas del consejo de administración) y una transformación de lo social que aquí se visualiza en que la estabilidad de la democracia se apoyaba en la existencia de una clase media con estándares de bienestar. El efecto más importante derivado de la crisis es el empobrecimiento de esa clase media, lo que ha licuado el centro político.

¿Cuál es hoy el centro?
No se sabe. Pero tenemos claro que el primer perdedor ha sido la socialdemocracia. No sólo en España, sino a nivel europeo. Miremos a Alemania o a Inglaterra. Ahora se trata de reinventar un nuevo diálogo político que, in extremis, provoca la aparición de Podemos o de los populismos europeos que buscan ser intérpretes de ese naufragio. Pero su estrategia está condicionada por los indicadores europeos que buscan beneficios macro pero sin distribución social. Por eso es importante un PSOE fuerte para consolidar la democracia, pero no saben hacerlo. Detrás del no o la abstención hay un mar de fondo que por primera vez ha saltado a la pantalla o a la página en blanco. El PSOE se ha encontrado dependiendo de los efectos de la globalización y de una crisis frontal que le obliga a tomar una decisión muy arriesgada, pues de algún modo están cerca de mantenerse próximos a esa tolerancia de la corrupción obscena que exhibe el PP.

¿El PSOE sería más coherente aliado con Podemos?
No sé si coherente, pero sí más conveniente. Y hasta necesario. Los problemas de España no son interpretados por un partido liberal conservador atento a lo que sucede a los ciudadanos. Por eso Podemos ha conectado con los problemas sociales y exige respuestas políticas adecuadas.

Pero la vieja guardia socialista no es favorable.
Lo que vimos semanas atrás en Ferraz fue el último gesto, y no heroico, de esa vieja guardia. ¿Quién les ha dado la propiedad de un capítulo de la Historia si lo máximo que podemos ser es sus intérpretes? Esa vieja guardia se ha presentado, contra tantos socialistas, como los guardianes del campo de centeno. Están privatizando la Historia. No saben sufrir la inteligencia que necesitan. Paul Valéry lo decía muy bien: "Somos herederos sin testamento". Sólo es útil la fontanería que se convierte en pragmatismo.

¿Esta pérdida de crédito es la eutanasia del PSOE?
Habrá recuperación cuando ese partido decida, con claridad, cuál es su verdadero espacio político y sus estrategias de intervención. Si observamos la caída permanente del PSOE en las últimas elecciones vemos el porqué: ha perdido la credibilidad política a la que se ha sumado una guerra intestina, impulsada por narcisismos innecesarios, por el liderazgo. Esto ha hecho que su discurso sea enteramente solipsista. No han sabido tener el coraje de abrir una brecha en el espacio político y presentarse como el intérprete de las deficiencias de la realidad española. Estamos al final de una ilusión y de una insuficiente modernidad. España ha envejecido demasiado como país. Cuando tuvo la posibilidad de modificar su sistema productivo no lo hizo, hasta convertirse en lo que es: una economía de servicios. Qué sería de nosotros sin los 70 millones de turistas. Hemos perdido el tren de una modernidad que no pasa por las economías de servicio, sino por la sociedad de la comunicación, del conocimiento, de la ciencia, de la cultura avanzada... La modernidad de España se ha quedado atrás. Ahora todo son esperas.

Y confusión.
Lo cual hace el presente algo más peligroso.

¿En qué sentido?
En los momentos en que ha habido más confusión e inseguridad social, no la de la calle, sino por falta de percepción de un horizonte, la tendencia ha sido siempre a fortalecer las técnicas de control. Aunque, de momento, la fortuna es que al pasar de mayorías absolutas a minorías parlamentarias nadie se atreve a forzar esos nuevos sistemas de control.

En algunos países como Hungría, Polonia o Chequia parece que no es así mientras Europa calla.
Es que Europa ha dejado de ser sensible a determinadas situaciones porque la socialdemocracia europea ha dejado de ser un interlocutor político válido. ¿Por qué ha quedado resuelto el contencioso sobre Siria entre Rusia y EEUU? Porque la UE no es ya ni el correo del emperador. Europa es cada vez más doméstica y está obligada a mantener equilibrios muy complicados. Eso deja la puerta abierta a los disidentes que trazan un cordón conservador de valores antidemocráticos y antieuropeos. Europa no tiene ya exigencia moral para frenarlos. Y eso aumenta la debilidad de la UE.

¿Hacia dónde va Europa?
Soy profundamente europeo. El Brexit ha generado una situación de emergencia que se intentará salvar mediante los protocolos burocráticos de la Unión. Pero hay algo que me preocupa más: si nos asomamos a la cortina de los países conservadores vemos un tapón europeo desde dentro (pienso en Rumanía, Bulgaria, los bálticos...). Aquella generosidad de abrir la Europa de los 21 nunca la entendí. Se cometieron muchos errores... Entre ellos el de no creer que Europa llega hasta los Urales. Haber excluido a Rusia de una forma tan radical ha creado grandes problemas para entender geopolíticamente Euroasia.



¿Recuerda la imagen de aquella reportera húngara zancadilleando a un refugiado?
Sí. Eso también es hoy Europa. Estuve el pasado mes de julio viviendo en un campo de refugiados en Tesalónica (Grecia) y aquella experiencia me ha movido muchas cosas. Lo más urgente, escuché decir ahí, es reconstruir el corazón de la Humanidad. En Tesalónica recuperé el concepto marxista que sugería trabajar siempre desde un concepto fuerte de humanidad. Ya no podemos ser sólo ciudadanos de nuestro barrio, de nuestra ciudad o de nuestra nación. Sólo somos radicales si nos llegamos a reconocer como humanos y partícipes de la historia común. Estamos secularizando peligrosamente la utopía.

¿Y en este paisaje hacia dónde va la izquierda?
La izquierda, que es uno de los desafíos intelectuales y políticos más exigentes, es volver a pensar la fraternidad, las formas de la solidaridad. Y creo que los populismos son poco sensibles a estas cuestiones.

Usted se vinculó a Podemos en 2014. ¿Mantiene el compromiso?
Siempre he sido de IU, pero cuando se produce la emergencia de Podemos me sumo a ellos. Mi colaboración, debido a mis obligaciones académicas, no es muy intensa aunque participo del debate y me siento compañero de viaje. Podemos ha sido una ilusión hacia nuevos espacios que en este momento son objeto de debate. Estoy convencido de que Podemos va a jugar un papel importante en la estructura de la izquierda española. Y sea cual sea la solución que el PSOE encuentre a su ideario, que no se resuelve en el no o la abstención, Podemos es un partner político esencial. Más como coyuntura que como sorpasso.

Pero Podemos no tiene una sola línea, las propuestas de Iglesias y de Errejón en relación a su posicionamiento ante el PSOE parecen divergentes.
Las dos almas de Podemos son como dos dióscoros de una fuerza política donde ambos tienen razón. Y no soy un mediador convencional. Es cuestión de interpretación. ¿Cuáles son las condiciones de la sociedad española a la hora de definir un proyecto político? El reto de Podemos, y casi le daría la razón a Errejón sin quitársela a Iglesias, es que si quiere crear una fuerza decisiva tiene que articular tanto la emergencia social como un centro político licuado.

¿Cuál es el desafío de la socialdemocracia?
Interpretar la emergencia de un mapa social nuevo que no se sabe situar en el gran marco de las opciones políticas.

¿Eso lo asimila Podemos tras tanto bandazo?
Se permitió ciertas alegrías de quienes no sabían aún adaptarse a las exigencias.

Y al final Rajoy ganará casi sin estrategia.
Pero será un triunfo corto. Un Gobierno de minorías forzado a la alianza política con Ciudadanos fragilizará el poder del PP. No habrá un programa de reformas de máximos, sino de mínimos. En ese experimento el PSOE lo tiene muy complicado. Javier Fernández se hace valedor de un buen sentido común, pero no da garantías sobre la eficacia de sus terapias. Creo que hemos llegado al final de la ilusión y al comienzo de un trabajo político que, como dijo Anthony Giddens, debe ser de "modernidad reflexiva". Me acojo a lo que dijo don Jorge Santayana: "Soy un pesimista apasionado". La Historia no se nos regala, pero tiene la fascinación de ser nuestro puerto... El próximo año se cumple el centenario de la Revolución de Octubre. Siempre he creído en ese entusiasmo. Qué paradojas, qué contradicciones, qué no ocurrió.

Y a todo esto Cataluña apostando por la Europa de los pueblos.
Es un tema muy importante. La construcción moderna de España como Estado es de integración. Integración tutelada por un poder político (monárquico o republicano) que ha postulado la unidad nacional. En nuestra Constitución el modelo territorial no encuentra su intérprete efectivo. A lo mejor habría que volver a repensar el modelo territorial. En los últimos 10 años se han observado dos posiciones distintas: la de Euskadi y la de Cataluña.

Unos han sabido plantear un programa de conveniencia nacionalista y otros no.
El PNV ha sabido hacerlo y su correspondiente partido catalán no. Será interesante estudiar esa dicotomía de posiciones. Urkullu practica un pragmatismo de modernización dejando ciertos aspectos a sectores que aún se sienten obligados moralmente a defender unas ideas. En Cataluña, sin embargo, no hay mediaciones. Y sin mediación tampoco hay interlocutor con el poder central, así que nos encontramos con una deriva que va directa al referéndum vinculante en contradicción con la propia Constitución. Llegaremos a un dead point delicado.

¿Con qué solución?
O la Constitución asume un mapa territorial diferente (para lo que se necesita un clima político que no existe) o la confrontación.

Foto: ANTONIO HEREDIA
ANTONIO LUCAS
22/10/2016 02:49

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