De negro, casi vestido de tiniebla y con la
inteligencia en punta. Así se presenta Francisco Jarauta. Cree en la izquierda
como motor del mundo. En Europa. En las lecciones de la Historia. En la Cultura
sobre todas las cosas. En el pensamiento crítico. En la acción de la palabra. Y
en todo aquello que escapa del surco de la estupidez y de la de la inercia de
la medriocridad.
¿Para qué sirve un filósofo?
Hay dos figuras que se han encontrado
en el camino. Una la que tú propones, el filósofo, que desde lejos es un
referente que articula el lugar de las preguntas y los horizontes de toda
cultura. La estupidez comienza cuando las preguntas desaparecen del mapa.
Cuando en el siglo XVIII los cambios se precipitaron, las épocas comenzaron a
bascular unas contra las otras y surge el tiempo de lo moderno, aparece la
figura del intelectual a la lumbre de la Revolución. Y el filósofo se ve
sustituido por el intelectual, alguien que acepta la responsabilidad pública y
pone sobre la mesa algo nuevo: la opinión pública.
Que resulta fundamental para la modernidad...
Sin duda. En la opinión pública
cristalizan las ideas que están de viaje y esos hombres que tienen el
atrevimiento de asomarse a la ventana del tiempo para preguntarse qué está
pasando. Ese intelectual ha tenido una gran fortuna a partir del siglo XIX. A
partir de un determinado momento se encuentra con el escritor y, finalmente,
con el periodista. Entonces el intelectual llega a ese lugar nada neutral de
Émile Zola donde los periódicos reivindican otra Historia. En un momento como
el nuestro, el intelectual pasa por esos mass media que
son la página abierta donde la opinión pública se expresa.
¿Qué entusiasmos y qué desengaños acumula usted hoy?
Nuestro tiempo parte de una certeza
radical: nunca hemos vivido en un momento tan acelerado y con transformaciones
tan profundas. Muchas de las grandes sorpresas o acontecimientos, si no las
contextualizamos, pueden precipitar nuestro naufragio. Hay que utilizar más la
geografía de los hechos. Estamos en un contexto en que la perplejidad surge
ante unos escenarios tan rápidos que las ideas quedan desconectadas. Hoy no
sólo hay un déficit político, sino del ideario que atraviesa los espacios
culturales. Asistimos a una profunda asimetría entre la complejidad actual del
mundo y entre las instituciones que garantizan su gobernanza. Caminamos hacia
el naufragio.
¿Es el fracaso de la democracia?
Creo que sí. Y es que las
instituciones que fueron creadas para guiar la experiencia política de la
humanidad han sido sustituidas por un consejo de administración dirigido por
las grandes corporaciones financieras. De ahí que se hable de una
postdemocracia.
¿Se ha reducido entonces la política a fontanería de sí misma?
Eso parece. Todos somos testigos de
cargo de una situación que no deseábamos, pero cuando analizas más a fondo
percibes que no hay tal sorpresa. Esto es una consecuencia directa de
situaciones previas. Por ejemplo, en la transformación del mundo contemporáneo
la perdedora es la democracia por dos nuevas vías: la globalización (que impone
un poder inédito en el espacio planetario, donde las pequeñas naciones son
subsidiaras de las decisiones estratégicas del consejo de administración) y una
transformación de lo social que aquí se visualiza en que la estabilidad de la
democracia se apoyaba en la existencia de una clase media con estándares de
bienestar. El efecto más importante derivado de la crisis es el empobrecimiento
de esa clase media, lo que ha licuado el centro político.
¿Cuál es hoy el centro?
No se sabe. Pero tenemos claro que el
primer perdedor ha sido la socialdemocracia. No sólo en España, sino a nivel
europeo. Miremos a Alemania o a Inglaterra. Ahora se trata de reinventar un
nuevo diálogo político que, in extremis, provoca
la aparición de Podemos o de los populismos europeos que buscan ser intérpretes
de ese naufragio. Pero su estrategia está condicionada por los indicadores
europeos que buscan beneficios macro pero sin distribución social. Por eso es
importante un PSOE fuerte para consolidar la democracia, pero no saben hacerlo.
Detrás del no o la abstención hay un mar de fondo que por primera vez ha
saltado a la pantalla o a la página en blanco. El PSOE se ha encontrado
dependiendo de los efectos de la globalización y de una crisis frontal que le
obliga a tomar una decisión muy arriesgada, pues de algún modo están cerca de
mantenerse próximos a esa tolerancia de la corrupción obscena que exhibe el PP.
¿El PSOE sería más coherente aliado con Podemos?
No sé si coherente, pero sí más
conveniente. Y hasta necesario. Los problemas de España no son interpretados
por un partido liberal conservador atento a lo que sucede a los ciudadanos. Por
eso Podemos ha conectado con los problemas sociales y exige respuestas
políticas adecuadas.
Pero la vieja guardia socialista no es favorable.
Lo que vimos semanas atrás en Ferraz
fue el último gesto, y no heroico, de esa vieja guardia. ¿Quién les ha dado la
propiedad de un capítulo de la Historia si lo máximo que podemos ser es sus
intérpretes? Esa vieja guardia se ha presentado, contra tantos socialistas,
como los guardianes del campo de centeno. Están privatizando la Historia. No
saben sufrir la inteligencia que necesitan. Paul Valéry lo decía muy bien:
"Somos herederos sin testamento". Sólo es útil la fontanería que se
convierte en pragmatismo.
¿Esta pérdida de crédito es la eutanasia del PSOE?
Habrá recuperación cuando ese partido
decida, con claridad, cuál es su verdadero espacio político y sus estrategias
de intervención. Si observamos la caída permanente del PSOE en las últimas
elecciones vemos el porqué: ha perdido la credibilidad política a la que se ha
sumado una guerra intestina, impulsada por narcisismos innecesarios, por el
liderazgo. Esto ha hecho que su discurso sea enteramente solipsista. No han
sabido tener el coraje de abrir una brecha en el espacio político y presentarse
como el intérprete de las deficiencias de la realidad española. Estamos al
final de una ilusión y de una insuficiente modernidad. España ha envejecido demasiado
como país. Cuando tuvo la posibilidad de modificar su sistema productivo no lo
hizo, hasta convertirse en lo que es: una economía de servicios. Qué sería de
nosotros sin los 70 millones de turistas. Hemos perdido el tren de una
modernidad que no pasa por las economías de servicio, sino por la sociedad de
la comunicación, del conocimiento, de la ciencia, de la cultura avanzada... La
modernidad de España se ha quedado atrás. Ahora todo son esperas.
Y confusión.
Lo cual hace el presente algo más
peligroso.
¿En qué sentido?
En los momentos en que ha habido más
confusión e inseguridad social, no la de la calle, sino por falta de percepción
de un horizonte, la tendencia ha sido siempre a fortalecer las técnicas de
control. Aunque, de momento, la fortuna es que al pasar de mayorías absolutas a
minorías parlamentarias nadie se atreve a forzar esos nuevos sistemas de
control.
En algunos países como Hungría, Polonia o Chequia parece que no es así
mientras Europa calla.
Es que Europa ha dejado de ser
sensible a determinadas situaciones porque la socialdemocracia europea ha
dejado de ser un interlocutor político válido. ¿Por qué ha quedado resuelto el
contencioso sobre Siria entre Rusia y EEUU? Porque la UE no es ya ni el correo
del emperador. Europa es cada vez más doméstica y está obligada a mantener
equilibrios muy complicados. Eso deja la puerta abierta a los disidentes que
trazan un cordón conservador de valores antidemocráticos y antieuropeos. Europa
no tiene ya exigencia moral para frenarlos. Y eso aumenta la debilidad de la
UE.
¿Hacia dónde va Europa?
Soy profundamente europeo. El Brexit ha generado una situación de emergencia que
se intentará salvar mediante los protocolos burocráticos de la Unión. Pero hay
algo que me preocupa más: si nos asomamos a la cortina de los países
conservadores vemos un tapón europeo desde dentro (pienso en Rumanía, Bulgaria,
los bálticos...). Aquella generosidad de abrir la Europa de los 21 nunca la
entendí. Se cometieron muchos errores... Entre ellos el de no creer que Europa llega
hasta los Urales. Haber excluido a Rusia de una forma tan radical ha creado
grandes problemas para entender geopolíticamente Euroasia.
¿Recuerda la imagen de aquella reportera húngara zancadilleando a un
refugiado?
Sí. Eso también es hoy Europa. Estuve
el pasado mes de julio viviendo en un campo de refugiados en Tesalónica
(Grecia) y aquella experiencia me ha movido muchas cosas. Lo más urgente,
escuché decir ahí, es reconstruir el corazón de la Humanidad. En Tesalónica
recuperé el concepto marxista que sugería trabajar siempre desde un concepto
fuerte de humanidad. Ya no podemos ser sólo ciudadanos de nuestro barrio, de
nuestra ciudad o de nuestra nación. Sólo somos radicales si nos llegamos a
reconocer como humanos y partícipes de la historia común. Estamos secularizando
peligrosamente la utopía.
¿Y en este paisaje hacia dónde va la izquierda?
La izquierda, que es uno de los
desafíos intelectuales y políticos más exigentes, es volver a pensar la
fraternidad, las formas de la solidaridad. Y creo que los populismos son poco
sensibles a estas cuestiones.
Usted se vinculó a Podemos en 2014. ¿Mantiene el compromiso?
Siempre he sido de IU, pero cuando se
produce la emergencia de Podemos me sumo a ellos. Mi colaboración, debido a mis
obligaciones académicas, no es muy intensa aunque participo del debate y me
siento compañero de viaje. Podemos ha sido una ilusión hacia nuevos espacios
que en este momento son objeto de debate. Estoy convencido de que Podemos va a
jugar un papel importante en la estructura de la izquierda española. Y sea cual
sea la solución que el PSOE encuentre a su ideario, que no se resuelve en el no
o la abstención, Podemos es un partner político
esencial. Más como coyuntura que como sorpasso.
Pero Podemos no tiene una sola línea, las propuestas de Iglesias y de
Errejón en relación a su posicionamiento ante el PSOE parecen divergentes.
Las dos almas de Podemos son como dos
dióscoros de una fuerza política donde ambos tienen razón. Y no soy un mediador
convencional. Es cuestión de interpretación. ¿Cuáles son las condiciones de la
sociedad española a la hora de definir un proyecto político? El reto de Podemos,
y casi le daría la razón a Errejón sin quitársela a Iglesias, es que si quiere
crear una fuerza decisiva tiene que articular tanto la emergencia social como
un centro político licuado.
¿Cuál es el desafío de la socialdemocracia?
Interpretar la emergencia de un mapa
social nuevo que no se sabe situar en el gran marco de las opciones políticas.
¿Eso lo asimila Podemos tras tanto bandazo?
Se permitió ciertas alegrías de
quienes no sabían aún adaptarse a las exigencias.
Y al final Rajoy ganará casi sin estrategia.
Pero será un triunfo corto. Un
Gobierno de minorías forzado a la alianza política con Ciudadanos fragilizará
el poder del PP. No habrá un programa de reformas de máximos, sino de mínimos.
En ese experimento el PSOE lo tiene muy complicado. Javier Fernández se hace
valedor de un buen sentido común, pero no da garantías sobre la eficacia de sus
terapias. Creo que hemos llegado al final de la ilusión y al comienzo de un
trabajo político que, como dijo Anthony Giddens, debe ser de "modernidad
reflexiva". Me acojo a lo que dijo don Jorge Santayana: "Soy un
pesimista apasionado". La Historia no se nos regala, pero tiene la
fascinación de ser nuestro puerto... El próximo año se cumple el centenario de
la Revolución de Octubre. Siempre he creído en ese entusiasmo. Qué paradojas,
qué contradicciones, qué no ocurrió.
Y a todo esto Cataluña apostando por la Europa de los pueblos.
Es un tema muy importante. La
construcción moderna de España como Estado es de integración. Integración
tutelada por un poder político (monárquico o republicano) que ha postulado la
unidad nacional. En nuestra Constitución el modelo territorial no encuentra su
intérprete efectivo. A lo mejor habría que volver a repensar el modelo
territorial. En los últimos 10 años se han observado dos posiciones distintas:
la de Euskadi y la de Cataluña.
Unos han sabido plantear un programa de conveniencia nacionalista y
otros no.
El PNV ha sabido hacerlo y su
correspondiente partido catalán no. Será interesante estudiar esa dicotomía de
posiciones. Urkullu practica un pragmatismo de modernización dejando ciertos
aspectos a sectores que aún se sienten obligados moralmente a defender unas
ideas. En Cataluña, sin embargo, no hay mediaciones. Y sin mediación tampoco
hay interlocutor con el poder central, así que nos encontramos con una deriva
que va directa al referéndum vinculante en contradicción con la propia
Constitución. Llegaremos a un dead point delicado.
¿Con qué solución?
O la Constitución asume un mapa
territorial diferente (para lo que se necesita un clima político que no existe)
o la confrontación.
Foto: ANTONIO HEREDIA
ANTONIO LUCAS
22/10/2016 02:49
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