Es muy fácil ser sabio el día después. Cuando ocurre lo que nadie se esperaba, ni siquiera los expertos, entonces los expertos salen (salimos) a explicarlo, serios como tahúres y sin vergüenza alguna de no haberlo previsto antes. En un mundo globalizado, lo que antes se llamaba, con pomposas palabras hegelianas, “el espíritu de la historia”, hoy lleva un nombre mucho más vulgar: trending topic, y lleva un # para indicar el hashtag. El trending topic que ganó en el plebiscito colombiano es bien curioso, un “sí pero no”: #SiALaPazPeroEstaNo. Yes but not. El contradictorio corazón humano entiende estos absurdos de la lógica formal.
Hay sabios que ahora dicen, por ejemplo, que el voto colombiano por el no al acuerdo de paz se debe a la falta de educación y a la ignorancia de un pueblo que es manipulado por la mentira de los enemigos de la paz. O que votó poca gente por el huracán. Hay en esto algo de verdad. Pero como lo mismo ha ocurrido en la culta Gran Bretaña con el Brexit, en Alemania con el castigo a Merkel por decir cosas sensatas sobre los refugiados, en los países de laprimavera árabe con el voto mayoritario por los fanáticos religiosos o en Estados Unidos en vísperas de la elección de Donald Trump, me da la impresión de que la “ignorancia” de los colombianos no es buena explicación.
En realidad parecemos un pueblo muy adaptado al mundo contemporáneo, globalizado, y en el mismo trending topicde la Tierra: la insensatez democrática. Si lo nuestro es ignorancia, forma parte de la misma ignorancia global, del primer mundo que destruye la idea de una Europa unida y en paz, del segundo mundo que elige una y otra vez al mafioso de Putin, y del tercer mundo del extremo oriente y del extremo occidente. América Latina, recuérdenlo, es el extremo occidente, con un alma tan misteriosa e incomprensible como la del extremo oriente. Tan misteriosa como la supuesta cultura del centro: la europea occidental que hoy persigue el suicidio como solución.
En Colombia, como en el mundo entero, la lucha democrática se juega entre una clase política vieja y cansada (bastante sensata, tan corrupta como siempre y desprestigiada por decenios de feroz crítica nuestra, de los “intelectuales”) contra otra clase política menos sensata, más corrupta que la tradicional, pero cargada de eslóganes y payasadas populistas. El populismo, la demagogia vulgar, ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el prólogo, porque en Italia son los magos del trending topic y se inventa todo antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe, Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá. Todos son demagogos perfectos, cleptócratas que denuncian a la vieja cleptocracia.
El pueblo prefiere votar por ellos con tal de cambiar. ¿Un salto al vacío? Sí. Es preferible el salto al vacío que el aburrimiento de la sensatez. La sensatez no da votos: produce bostezos. Y a lo que más le temen los votantes es a aburrirse. Un pueblo incapaz de aburrirse con buena música, con libros, con cultura, es un pueblo dispuesto a votar por cualquier disparate con tal de divertirse un rato; con tal de ver derrotados, pálidos y ojerosos a los políticos que, por llevar años en la televisión y en el poder, más detestan. Mejor cambiarlos por otros, aunque sean locos. Es una especie de borrachera, de viaje de drogas, de danza dionisiaca.
Y así nos toca asistir al trending topic de la insensatez mundial. Para ponerle un hashtag apropiado, propongo algunos: #QueGaneElDemagogo, #TodoMenosLaPolítica, #AFavorDelQueEstéEnContra. En fin, alguna cosa así: el espíritu de la historia. Los países que ya lo han ensayado empiezan a salir, con una resaca horrenda. Venezuela ya no quiere seguir el experimento chavista, y tarde o temprano saldrá de la locura que los ha consumido económica y moralmente. Ya Italia vivió la penitencia de 15 años de Berlusconi y tal vez no quiera regresar a algo parecido con Beppe Grillo. A Gran Bretaña le llegó la resaca del Brexit al día siguiente, pero ya no sabe cómo evitar la pesadilla que la mayoría votó.
¿Qué haremos en Colombia? Estamos como estaría Estados Unidos al día siguiente del triunfo de Trump: atónitos, desconsolados y sin saber qué va a ocurrir. Pero quizá las cosas sean más sencillas. No tan hegelianas (el pomposo “espíritu de la historia”) sino más bien nietzscheanas: humanas, demasiado humanas. Todo sigue siendo una feria de vanidades. Si Uribe estuviera en el Gobierno, habría firmado la misma paz con las FARC, aunque quizá sin nada escrito y con una dosis muy, pero muy baja de verdad. A Uribe lo que menos le interesa es la verdad, pues en la verdad podrían salir muy salpicados él y sus amigos más íntimos. Pero en el fondo el acuerdo sería parecido. Para que ganara el no, ha dicho muchas mentiras que ni él mismo se cree: que el comunismo tomará el poder, que ya viene el lobo del castrochavismo, que está en contra de la impunidad de los terroristas. Qué va, no es eso. Santos y Uribe quieren lo mismo: ser ellos, cada uno, los protagonistas del acuerdo, y que el protagonista no sea su adversario político. Es un asunto humano, demasiado humano, de pura vanidad. La paz sí, pero si la firmo yo.
Cambiar el acuerdo de paz, que es lo que el pueblo ha decidido al votar mayoritariamente por el no, es posible jurídicamente, pero muy difícil políticamente. El presidente Santos tendría que darle a Uribe uno o dos puestos en la mesa de negociación de La Habana. Los delegados de Uribe tendrían que obtener algo de las FARC (digamos dos años de cárcel), y todo esto a cambio de lo que tanto Uribe como las FARC quieren: una asamblea constituyente. Con una nueva Constitución pactada con las FARC, Uribe podría nuevamente aspirar a ser presidente (lo que está prohibido en la Constitución actual), y las FARC podrían ser un nuevo gran partido de la izquierda populista (estilo Ortega y Chávez). Así, todos contentos. Pero, obviamente, Santos no querrá que Uribe le quite el protagonismo. Así que no sabemos nada, y viviremos en un pantanero confuso hasta que haya elecciones y tengamos un nuevo presidente.
El 2 de octubre se acabó el periodo de Santos, el presidente que hizo el esfuerzo más serio por la paz y alcanzó a firmarla, para verla caer ocho días después. Gobernará por ley y por inercia hasta el 7 de agosto de 2018. Y el proceso de paz seguirá en un limbo de incertidumbre jurídica y real. Pero eso no importa, Colombia es el país en el que todo es provisional, todo es por el momento, mientras tanto. Un país hiperactivo y sobreexcitado, experto en drogas estimulantes: cafeína, cocaína, nicotina, alcohol.
No es que los encuestadores fracasaran al pronosticar el triunfo del sí; lo que pasa es que la gente contestó mentiras, les daba vergüenza votar por el no, pero votaron. Así como les da vergüenza decir que votarán por Trump, pero votarán. Los que votamos por el sí soñábamos con “una paz estable y duradera”. La mayoría, el no, votó por una incertidumbre estable y duradera. Al fin y al cabo ese es el verdadero trending topic de Colombia, ahora y siempre: #UnaIncertidumbreEstableYDuradera. Como estará el mundo entero cuando amanezca el 9 de noviembre del 2016 y haya ganado Trump. Yo ya sé lo que se siente: miedo, tristeza y desesperación
Hay sabios que ahora dicen, por ejemplo, que el voto colombiano por el no al acuerdo de paz se debe a la falta de educación y a la ignorancia de un pueblo que es manipulado por la mentira de los enemigos de la paz. O que votó poca gente por el huracán. Hay en esto algo de verdad. Pero como lo mismo ha ocurrido en la culta Gran Bretaña con el Brexit, en Alemania con el castigo a Merkel por decir cosas sensatas sobre los refugiados, en los países de laprimavera árabe con el voto mayoritario por los fanáticos religiosos o en Estados Unidos en vísperas de la elección de Donald Trump, me da la impresión de que la “ignorancia” de los colombianos no es buena explicación.
En realidad parecemos un pueblo muy adaptado al mundo contemporáneo, globalizado, y en el mismo trending topicde la Tierra: la insensatez democrática. Si lo nuestro es ignorancia, forma parte de la misma ignorancia global, del primer mundo que destruye la idea de una Europa unida y en paz, del segundo mundo que elige una y otra vez al mafioso de Putin, y del tercer mundo del extremo oriente y del extremo occidente. América Latina, recuérdenlo, es el extremo occidente, con un alma tan misteriosa e incomprensible como la del extremo oriente. Tan misteriosa como la supuesta cultura del centro: la europea occidental que hoy persigue el suicidio como solución.
En Colombia, como en el mundo entero, la lucha democrática se juega entre una clase política vieja y cansada (bastante sensata, tan corrupta como siempre y desprestigiada por decenios de feroz crítica nuestra, de los “intelectuales”) contra otra clase política menos sensata, más corrupta que la tradicional, pero cargada de eslóganes y payasadas populistas. El populismo, la demagogia vulgar, ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el prólogo, porque en Italia son los magos del trending topic y se inventa todo antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe, Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá. Todos son demagogos perfectos, cleptócratas que denuncian a la vieja cleptocracia.
El pueblo prefiere votar por ellos con tal de cambiar. ¿Un salto al vacío? Sí. Es preferible el salto al vacío que el aburrimiento de la sensatez. La sensatez no da votos: produce bostezos. Y a lo que más le temen los votantes es a aburrirse. Un pueblo incapaz de aburrirse con buena música, con libros, con cultura, es un pueblo dispuesto a votar por cualquier disparate con tal de divertirse un rato; con tal de ver derrotados, pálidos y ojerosos a los políticos que, por llevar años en la televisión y en el poder, más detestan. Mejor cambiarlos por otros, aunque sean locos. Es una especie de borrachera, de viaje de drogas, de danza dionisiaca.
Y así nos toca asistir al trending topic de la insensatez mundial. Para ponerle un hashtag apropiado, propongo algunos: #QueGaneElDemagogo, #TodoMenosLaPolítica, #AFavorDelQueEstéEnContra. En fin, alguna cosa así: el espíritu de la historia. Los países que ya lo han ensayado empiezan a salir, con una resaca horrenda. Venezuela ya no quiere seguir el experimento chavista, y tarde o temprano saldrá de la locura que los ha consumido económica y moralmente. Ya Italia vivió la penitencia de 15 años de Berlusconi y tal vez no quiera regresar a algo parecido con Beppe Grillo. A Gran Bretaña le llegó la resaca del Brexit al día siguiente, pero ya no sabe cómo evitar la pesadilla que la mayoría votó.
¿Qué haremos en Colombia? Estamos como estaría Estados Unidos al día siguiente del triunfo de Trump: atónitos, desconsolados y sin saber qué va a ocurrir. Pero quizá las cosas sean más sencillas. No tan hegelianas (el pomposo “espíritu de la historia”) sino más bien nietzscheanas: humanas, demasiado humanas. Todo sigue siendo una feria de vanidades. Si Uribe estuviera en el Gobierno, habría firmado la misma paz con las FARC, aunque quizá sin nada escrito y con una dosis muy, pero muy baja de verdad. A Uribe lo que menos le interesa es la verdad, pues en la verdad podrían salir muy salpicados él y sus amigos más íntimos. Pero en el fondo el acuerdo sería parecido. Para que ganara el no, ha dicho muchas mentiras que ni él mismo se cree: que el comunismo tomará el poder, que ya viene el lobo del castrochavismo, que está en contra de la impunidad de los terroristas. Qué va, no es eso. Santos y Uribe quieren lo mismo: ser ellos, cada uno, los protagonistas del acuerdo, y que el protagonista no sea su adversario político. Es un asunto humano, demasiado humano, de pura vanidad. La paz sí, pero si la firmo yo.
Cambiar el acuerdo de paz, que es lo que el pueblo ha decidido al votar mayoritariamente por el no, es posible jurídicamente, pero muy difícil políticamente. El presidente Santos tendría que darle a Uribe uno o dos puestos en la mesa de negociación de La Habana. Los delegados de Uribe tendrían que obtener algo de las FARC (digamos dos años de cárcel), y todo esto a cambio de lo que tanto Uribe como las FARC quieren: una asamblea constituyente. Con una nueva Constitución pactada con las FARC, Uribe podría nuevamente aspirar a ser presidente (lo que está prohibido en la Constitución actual), y las FARC podrían ser un nuevo gran partido de la izquierda populista (estilo Ortega y Chávez). Así, todos contentos. Pero, obviamente, Santos no querrá que Uribe le quite el protagonismo. Así que no sabemos nada, y viviremos en un pantanero confuso hasta que haya elecciones y tengamos un nuevo presidente.
El 2 de octubre se acabó el periodo de Santos, el presidente que hizo el esfuerzo más serio por la paz y alcanzó a firmarla, para verla caer ocho días después. Gobernará por ley y por inercia hasta el 7 de agosto de 2018. Y el proceso de paz seguirá en un limbo de incertidumbre jurídica y real. Pero eso no importa, Colombia es el país en el que todo es provisional, todo es por el momento, mientras tanto. Un país hiperactivo y sobreexcitado, experto en drogas estimulantes: cafeína, cocaína, nicotina, alcohol.
No es que los encuestadores fracasaran al pronosticar el triunfo del sí; lo que pasa es que la gente contestó mentiras, les daba vergüenza votar por el no, pero votaron. Así como les da vergüenza decir que votarán por Trump, pero votarán. Los que votamos por el sí soñábamos con “una paz estable y duradera”. La mayoría, el no, votó por una incertidumbre estable y duradera. Al fin y al cabo ese es el verdadero trending topic de Colombia, ahora y siempre: #UnaIncertidumbreEstableYDuradera. Como estará el mundo entero cuando amanezca el 9 de noviembre del 2016 y haya ganado Trump. Yo ya sé lo que se siente: miedo, tristeza y desesperación
Colombia ¿Un país tri-vidido?
Fernando Mires
Fue un tuiter de mi estimada amiga Magdalena Boersner cuyo TL siempre consulto debido a la pertinencia y agudeza de sus observaciones, la razón que me hizo pensar sobre un punto que –si consideramos su magnitud- merece atención. Me refiero al altísimo grado de abstención manifestado en el plebiscito convocado por el gobierno de Manuel Santos, el día 2-S.
Lo que escribió Magdalena fue algo así: “Colombia ha sido dividida no en dos sino en tres partes”. En sentido gramatical exacto, Colombia después del plebiscito aparece como un país tri-vidido
No es una observación banal. Pues un plebiscito o referendo no es cualquiera elección. Los plebiscitos son realizados, la más de las veces, para que la ciudadanía decida una disyuntiva existencial en la vida de una nación.
Los electores no eligen en un plebiscito a personas, ni ideologías, ni mucho menos a programas. Solamente optan entre dos palabras: Sí o No. En los plebiscitos, por lo mismo, no cuenta la pluralidad política. Por eso, si bien los plebiscitos no son la expresión más democrática de la política, son, al menos, su expresión más dramática.
La dramaturgia inscrita en la alternativa plebiscitaria hace que el grado de abstención sea mínima en cada referendo. Nada que ver con ese gigantesco, abrumador, aplastante 62,6% alcanzado en Colombia. Si no es un record plebiscitario, está cerca de serlo.
La verdad sea dicha, no encontraba una respuesta adecuada que me explicara con claridad la abstención colombiana. Quizás hay muchas respuestas, fue mi veredicto. Y actuando como los criminalistas cuando no encuentran al culpable, me dispuse a cerrar el caso. Mas, nuevamente un tuiter trajo luz a mi oscuridad. El tuiter venía esta vez de María de los Ángeles. Decía: ¿“Sábes? Yo voté por el Sí, pero cuando dieron a conocer el triunfo del NO, me alegré”.
María de los Ángeles es jurista. Pertenece a los segmentos más ilustrados de la cultura colombiana. Su actitud de votar por el Sí y después haberse alegrado por el triunfo del NO, reflejaba tal vez, si no la opinión, por lo menos el sentimiento de muchos intelectuales colombianos.
Leyendo las posiciones asumidas por escritores tan notables como Héctor Abad Faciolinci, Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez y otros, no es difícil advertir que todos optaban por el SÍ. Pero, como María de los Ángeles, algunos mostraban cierta comprensión por la posición del NO. El tenor predominante de sus discursos fue más o menos el siguiente: votamos por el SÍ porque es la alternativa a una cruenta guerra pero a la vez no nos gustan las concesiones hechas por el gobierno a las FARC. Los nombrados, personas muy inteligentes, entendían votar por el SÍ como un acto racional. Por eso creo que lamentando la derrota del SÍ, ninguno de ellos sintió deseos de suicidarse después del triunfo del NO.
Pensé entonces en mi propia posición. Ahí caí en cuenta que yo –alguien que escribe hasta sobre las luchas políticas en Marte (es un decir)- no había redactado ningún artículo sobre la Colombia plebiscitaria. Es decir, me abstuve de escribir, así como la mayoría de los colombianos se abstuvo de votar. Luego, a mi modo, yo también soy abstencionista.
Quiero decir: como tantos colombianos, yo, un no-colombiano, estaba dividido entre dos deseos: los que vienen de la mente y los que vienen del corazón. O en otro tono: entre el deseo de paz y el deseo de justicia. Una voz me decía: el SÍ puede asegurar la paz en un país ensangrentado. Pero otra respondía: ¿es justo que esos criminales reunidos en La Habana bajo el amparo de una de las más brutales dictaduras del planeta, no paguen un mínimo de sus culpas? Tal vez paralizado entre esos dos deseos antagónicos, el de la paz y el de la justicia, yo tampoco habría podido votar. ¿Quién sabe?
Siempre he condenado al abstencionismo. Hoy, por primera vez, no puedo hacerlo.
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