La consulta
del 4 de febrero no solo ha significado la derrota del expresidente sino
también del chavismo y de su engendro ideológico, el “socialismo del siglo XXI”
En la consulta popular celebrada en
Ecuador, el domingo 4 de febrero no sólo fue derrotado el expresidente Rafael
Correa, quien no podrá volver a ser candidato a la primera magistratura de la
nación, sino el chavismo y su engendro ideológico, “el socialismo del siglo
XXI”, del que aquél fue un entusiasta promotor. Durante los diez años en que
estuvo en el Gobierno, el exuberante demagogo que alardeaba de su “socialismo
cristiano” fue, al igual que el comandante Daniel Ortega en Nicaragua, Evo
Morales en Bolivia y Fidel y Raúl Castro en Cuba, propagandista tenaz de las
políticas que destruyeron la democracia venezolana y la convirtieron en una
dictadura devastada por la ruina económica, la violencia represora y la
inflación.
Por
fortuna para los ingenuos ecuatorianos que con sus votos lo llevaron al poder,
Rafael Correa no imitó todas las políticas chavistas de nacionalización de
empresas, reducción drástica del sector privado, hinchazón de un sector estatal
corroído por la incompetencia y los robos, persecución sistemática de la prensa
libre y de todos sus críticos, aunque golpeó de múltiples maneras a los
empresarios privados y, entre otras operaciones antidemocráticas que
caracterizaron su política, dictó en 2013 una ominosa Ley Orgánica de
Comunicación, condenada por todas las asociaciones de prensa internacionales,
que equivalía a una forma de censura para el disidente y del crítico y hacía
pender una espada de Damocles sobre los medios de comunicación independientes.
Pese a que esta Ley Orgánica ha dejado de aplicarse no ha sido aún derogada.
Por lo demás,
como ocurre siempre cuando los caudillos se instalan en el poder, la corrupción
también cundió en Ecuador en los años de Correa, y, apenas terminada la
consulta, éste debió declarar ante la fiscalía de Guayaquil, que investiga los
contratos de preventa de petróleo que firmó Ecuador con China y Tailandia, y
que, según filtraciones de la Contraloría, habrían causado grave perjuicio al
Tesoro Público.
Rafael Correa
se sentía muy seguro creyendo que su sucesor en el Gobierno, Lenín Moreno, que
había sido su vicepresidente, le guardaría las espaldas. Pero Moreno nunca
estuvo de acuerdo con la reforma constitucional que promovió aquél para —a la
manera de Evo Morales y el comandante Daniel Ortega— hacerse reelegir cuantas
veces quisiera. Desde su subida al poder, Moreno ha procurado serenar el
ambiente político y propiciar una coexistencia pacífica entre las distintas
fuerzas y partidos a fin de que haya consensos que permitan reformas y
progreso. La serenidad de que hace gala contrasta de manera radical con el
estado sobresaltado y convulsivo en el que las arengas destempladas de su
predecesor mantenían al país. No era raro que el choque entre ambos temperamentos,
aparte de las diferencias políticas, provocara la ruptura entre Correa y
Moreno.
Hay que
celebrar este proceso, que, luego de lo ocurrido en Argentina y la movilización
popular contra la corrupción y a favor de la regeneración democrática en
Brasil, señala una tendencia muy positiva en toda América Latina a favor de la
depuración y el fortalecimiento de las instituciones.
La otra cara
de la moneda es Venezuela, desde luego. Con el sorprendente apoyo del
expresidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, quien sin que se le
caiga la cara de vergüenza acaba de exhortar a la oposición a Maduro a que
concurra a la farsa electoral del próximo abril —es decir, a que se ponga en el
cuello la soga con que será ahorcada—, el hijo putativo de Chávez se dispone a
hacerse reelegir como presidente en un país donde por lo menos tres cuartas
partes de los ciudadanos hacen verdaderos milagros para sobrevivir a una
penuria cotidiana en la que no hay comida, ni medicinas, ni trabajo, ni
esperanzas, salvo para la mafia de demagogos y narcotraficantes encaramada en
el poder. Para ganar esas elecciones le hará falta un escamoteo tan gigantesco
de la voluntad popular que ojalá la heroica y maltratada oposición venezolana
no se preste a darle una apariencia de legitimidad participando en ella. En las
condiciones actuales no hay posibilidad alguna de que aquellos comicios sean
genuinos, y la comunidad democrática internacional debería anunciar desde ahora
que desconocerá sus resultados.
Chávez fue un militar traidor; en
lugar de ser indultado, debió ser juzgado y condenado
Lo ocurrido
en Venezuela quedará como uno de los ejemplos más bochornosos sobre el suicidio
político de una sociedad. Durante cuarenta años, la tierra de Bolívar tuvo una
democracia con elecciones libres que renovaban los Gobiernos, que fue una de
las más resueltas en combatir a las dictaduras que en aquellos años asolaban el
resto del continente, y en ese período, aunque hubo corrupción, la sociedad
venezolana prosperó más que ninguna otra en el continente. Chávez fue un
militar traidor a su Constitución y a su Ejército, al que éste, recordemos, derrotó
en su intento golpista. En lugar de ser indultado por la ceguera del presidente
Rafael Caldera, debió ser juzgado y condenado por los tribunales. Otra sería la
realidad de Venezuela en nuestros días si el pueblo venezolano no se hubiera
dejado seducir por los cantos de sirena de aquel caudillo revolucionario. Pero,
al menos, ha sabido reaccionar y ahora lucha con denuedo por la democracia. Más
temprano que tarde, al igual que el Ecuador de hoy día, se librará de la
pesadilla. Ojalá aprenda la lección y esta sea la última dictadura de su
historia.
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