Las nuevas leyes mordaza y la pretendida protección de identidades y creencias corroen el sistema
Un estudio del Pew Research
Center, especializado en observar los estados de ánimo de la opinión
pública norteamericana, llegó hace relativamente poco a una conclusión muy
llamativa: los jóvenes estadounidenses (18-34 años) son mucho más partidarios
(40%) que sus padres o abuelos (27% y 12%, respectivamente) de que los gobiernos puedan impedir
que la gente diga cosas ofensivas contra las minorías. Alguien puede pensar que,
aparentemente, es una buena noticia que los jóvenes se sientan más cercanos a
las minorías, sean raciales, sexuales o de cualquier tipo, pero lo importante
de este sondeo no está ahí, sino en la notable aceptación que existe de la idea
de que el gobierno debe tomar medidas para recortar la libertad de expresión. Y
eso es importante porque es uno de los índices más aceptados para valorar la
salud de las democracias: los ataques a la libertad de expresión, junto con los
nacionalismos y tribalismos de todo tipo, el aumento incontrolado de las
desigualdades y la aparición de movimientos que impugnan las normas
democráticas, son las cuatro grandes pestes que debilitan, y provocan el declive,
de la democracia liberal.