Las fuerzas democráticas vuelven a estar en una encrucijada estratégica.
Una opción es presionar a fondo por la salida de Maduro y el cambio de régimen.
Otra opción es prepararse para unas eventuales elecciones de gobernadores de
fin de año. Se podría decir que las dos opciones no son excluyentes; pero, la
experiencia ha demostrado que terminan siendo caminos divergentes.
La oposición se ha comprometido a explorar todas las opciones para el
cambio de régimen. No ha sido producto de un acuerdo sino de un desacuerdo,
todavía no bien administrado. Al no haber una sola vía compartida se han
admitido todas. Dada la escasez de recursos y de músculo político, las
diferentes vías no han resultado complementarias sino competitivas entre sí.
Pero, sobre todo, ha llevado confusión porque se sabe que debajo de las
alternativas para “salir de Maduro” hay disputas sobre qué partidos o
liderazgos van a prevalecer en lo inmediato. Ceguera aprendida, porque no hay
mañana posible si no hay un hoy confiable.
Si se mantiene el equilibrio de estos días entre la Asamblea Nacional,
eventual poder constituyente, y los demás poderes públicos, como poderes
constituidos, sin que avance ninguno de los dos hacia la derrota del otro, es
posible que se cree un ambiente en el que ninguna de las fórmulas de cambio
pueda avanzar genuinamente. La renuncia, el revocatorio, la enmienda, el tema
de la partida de nacimiento de Maduro, el abandono del cargo, son asuntos que
requieren una concentración formidable de fuerzas que ahora lucen dispersas.
Así, pueden pasar los días y las semanas hasta que –como ocurrió en
2015– la presión por el cambio inmediato dé paso a la presión electoral. Nadie
puede decir qué habría pasado con otra estrategia, pero lo cierto es que se
obtuvo un colosal triunfo democrático el 6-D, pero Maduro sigue allí.
Si siguen dispersos los esfuerzos, salvo que ocurra un hecho sobrevenido
e impactante en el campo social, institucional o militar, los esfuerzos por el
cambio se diluirán, los liderazgos regionales que ya están ansiosos dirigirán
su atención a las primarias para gobernadores, los partidos dejarán –de grado o
por presión del ambiente– el cambio, y la gente seguirá su curso. A lo mejor se
anima a votar; tal vez, por el contrario, cunda la desesperanza. Nadie lo sabe.
Lo enteramente nuevo es la magnitud de la catástrofe cotidiana. Unos la
ven como factor de domesticación; otros, como el oculto y único motor que
funciona, el de la furia que abrirá paso al cambio. Nadie lo sabe.
Es la única
certeza: nadie sabe nada. El motor del caos.
CARLOS BLANCO13 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
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