lunes, 22 de febrero de 2016

El referéndum por la reelección de Evo Morales divide a Bolivia - Javier Lafuente y Fernando Molina --- La maldición de Porfirio Díaz - Jean Maninat

El Gobierno califica de "empate técnico" los sondeos extraoficiales que apuntan a una victoria del 'no'

El referéndum para modificar la Constitución boliviana y permitir la reelección de Evo Morales en 2019 ha terminado por dividir al país por completo. A la espera de los resultados oficiales, los sondeos a pie de urna de dos encuestadoras auguran una victoria estrecha del no, algo inusual tras 10 años de victorias rotundas del mandatario.


Según la empresa Ipsos, el no obtendría un 52,3% de los votos frente al 47,7% del sí, mientras que el sondeo de Mori es aún más ajustado: un 51% para el no por el 49% del sí. Mientras la oposición salió a celebrar la victoria, el Gobierno, a través del vicepresidente, Álvaro García Linera, aseguró que se trata de un “empate técnico”. “Es altamente probable que esas cifras se modifiquen de una forma drástica, nadie ha ganado ni ha perdido”, advirtió.

"Aún no tenemos resultados oficiales del Tribunal Electoral. Habrá que esperar horas o días, puede ser mañana [por el lunes] o pasado, no creo que una semana. Estamos hablando de una diferencia de 110.000 votos", insistió García Linera. En los días previos, el Tribunal Electoral advirtió de que el recuento total le podría llevar hasta 48 horas.

El vicepresidente boliviano aseguró que los sondeos a pie de urna "se acercan a la verdad pero siempre hay diferencias". "Son empresas serias que hacen un recuento rápido, pero no de la totalidad de las actas, no incluyen el voto exterior, ni el de los barrios y zonas alejadas", donde, defendió, el Movimiento al Socialismo podría revertir el resultado. García Linera se refirió a las presidenciales de 2014, cuando los sondeos aventuraban una victoria del oficialismo con el 59% de los votos y finalmente fue del 61%. “Es altamente probable que algo similar suceda y las cifras se modifiquen de una forma drástica”, insistió García Linera.
Con su intervención, García Linera trató de atajar a los principales líderes opositores, que para entonces ya celebran lo que consideraban la primera victoria en 10 años. Nada más conocerse los sondeos extraoficiales los adversarios de Evo reclamaron al Gobierno que reconociese los resultados e insinuaron que, si finalmente vence el sí, Morales habría cometido irregularidades. Tan solo el alcalde de La Paz, el exaliado del presidente Luis Revilla aseguró que había que gestionar los sondeos “con inteligencia”. El vicepresidente cargó contra ellos y aseguró que “hablar de fraude electoral es una actitud chicanera”, lo que evidencia la polarización que vive el país tras al referéndum.

El referéndum se ha convertido en la gran oportunidad para la oposición boliviana, que ha aglutinado el descontento del último año y medio con el presidente pese a que la única característica que les une es el no a la reelección de Evo. Ni el tres veces excandidato Samuel Doria Medina, ni el expresidente Tuto Quiroga ni el gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, han podido encabezar un bloque homogéneo con un liderazgo visible.
Morales confiaba en que su década al frente del Gobierno, durante la cual Bolivia ha celebrado el mayor cambio social y económico del país en la historia reciente, le sirviese para lograr otro aplastante triunfo. Llegó al poder en 2006 con el 54% de los votos; dos años después, superó un referéndum revocatorio con el 67% del apoyo; en 2009, tras reformar la Constitución, volvió a ser elegido presidente con el 64% de los sufragios y cinco años después, en octubre de 2014, con el 61%.

Sin embargo, su buena gestión no ha sido suficiente para paliar el cambio de ánimo de un gran sector de la población, que veía con cierta inquietud las denuncias de corrupción que han asolado últimamente al oficialismo. Otro motivo de malestar es el enfriamiento de la economía, que, pese a seguir creciendo, esta comenzando a sentir los efectos de la caída del precio internacional del petróleo, ya que Bolivia vive de la exportación de gas a los países vecinos.
Su fallida apuesta recuerda a la de Hugo Chávez en 2007, cuando en pleno auge económico de Venezuela, con el barril de petróleo por encima de los 100 dólares, perdió el referéndum para modificar la Constitución por un escaso margen. Después de la victoria de Mauricio Macri en Argentina, la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias de diciembre y la decisión de Rafael Correa de no concurrir a las presidenciales de Ecuador en 2017, Morales se ha convertido en el último bastión de la izquierda latinoamericana, un título que pretende luchar hasta el último voto.
La Paz 22 FEB 2016 - 09:24 CET EL PAIS
Una mujer boliviana vota en la localidad de Patamanta. EFE MARTIN ALIPAZ


La maldición de Porfirio Díaz

Los presidentes con ánimos vitalicios le están haciendo un flaco favor a la democracia en la región

El expresidente mexicano Porfirio Díaz.


El expresidente mexicano Porfirio Díaz.





Sufragio efectivo, no reelección, fue el lema que acompañó la lucha de Francisco Madero (1873-1913) en contra de la dictadura paternalista de Porfirio Díaz, quien gobernara México de 1876 a 1910 haciéndose reelegir siete veces sucesivas. Moriría en París, en un exilio holgado, mientras el infortunado Madero sería asesinado en México por Victoriano Huerta, uno de sus generales de confianza, tras ejercer una presidencia que duró apenas dos años (1911-1913). El Plan de San Luis que detonó la Revolución Mexicana y la no reelección constituyen, probablemente, su legado más prominente a la historia política mexicana.

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó México durante 70 años (con diferentes denominaciones) bajo el candado impenetrable de la no reelección de los presidentes que únicamente podían emerger de sus filas. El célebre dedazo con el que los mandatarios escogían a sus sucesores nunca apuntaba hacia sí mismos, el dedo índice estaba entrenado para desvelar al tapado que todo el mundo conocía de antemano. Luego, desaparecían del escenario, vivían en la penumbra del poder, sin hacer muchas olas, no fuera a ser que los armarios comenzaran a expulsar esqueletos vivientes. Habrá que ver qué sucede con el PRI, que regresó al poder de la mano del presidente Peña Nieto.

El sistema funcionó mal que bien en medio de agudas deficiencias democráticas: el país se modernizó, se industrializó, desarrolló una imponente producción cultural de todo tipo —probablemente la más potente de Latinoamérica—, algunos de sus intelectuales más prestigiosos colaboraron con los gobiernos del PRI, y perseguidos políticos de varios continentes buscaron allí cobijo sin poner mayor reparo a la calidad democrática del país que los acogía. Mario Vargas Llosa, en una célebre frase, lo definió como la dictadura perfecta. El domingo 2 de julio del 2000, los mexicanos, después de votar, se percataron de que el dinosaurio ya no estaba allí.

Hasta ahora, la clase política mexicana ha seguido fiel al exhorto de Madero, al menos en lo que atañe a la no reelección. No así el resto de Latinoamérica. Muy por el contrario, persuadidos de tener la razón histórica, de representar al bien en su lucha contra el mal, a la justicia social en contra de la iniquidad, a la democracia en contra de quienes la asedian, progresivamente —a izquierda y derecha— los actores políticos se han ido deslastrando de las amarras que contenían el afán por perpetuarse en el poder.

Un formidable luchador democrático como el expresidente colombiano Álvaro Uribe terminó su último mandato tratando de prolongarse en el cargo, al buscar una nueva —y no prevista constitucionalmente— reelección, emborronando así lo que se anunciaba como un legado precioso. El presidente nicaragüense Daniel Ortega, otrora épico guerrillero en contra de la dinastía dictatorial de los Somoza, emblema del sandinismo juvenil y triunfante en los años 70, es hoy un señor mayor que se atornilla en el gobierno, junto a su señora esposa, con ánimos de fundar su propia dinastía. Nada los une, salvo la tentación del poder.

Los fundadores de las democracias latinoamericanas se preocuparon por blindarlas en contra del virus que más podría debilitarlas: el apego al poder. Se establecieron lapsos para permitir ser reelectos después de dejar el cargo. Pocas veces la reelección inmediata, por miedo a despertar los fantasmas del caudillaje.

Pero los herederos fueron buscando la manera de modificar las constituciones, de recortar períodos para regresar más rápido —cuatro años se pasan volando— hasta llegar al desfachatado impulso por reelegirse mientras el cuerpo aguantara que martilló el comandante eterno —ya en vida era eterno— Hugo Chávez. Ahora estamos en el a reelegirse quien pueda —así sea intermitentemente— hasta que el cuerpo social aguante.

Ojo, no se pone en duda las buenas intenciones, ni las necesidades políticas que en momentos críticos surgen. Pero entre los presidentes en función con ánimos vitalicios de permanecer, y los intermitentes expresidentes con ánimos vitalicios de regresar, le están haciendo un flaco favor al fortalecimiento de la democracia en la región.
El presidente boliviano, Evo Morales, quiere mantenerse en el cargo de por vida. La pachamama c’est moi, pareciera querer decir en su afán paternalista por cuidar de su pueblo. Le vendría bien mirarse en el espejo de otros tantos que, como Porfirio Díaz, confundieron su destino personal con el de una nación. Al final, sólo queda registrado el empeño de permanecer en el poder, a pesar de las buenas intenciones que inicialmente los animó.

Siempre habrá criaturas que con la primera palmada que los despabila a la vida querrán ser presidentes del país que los ve nacer. Es un derecho generalizado allí donde hay democracia, y una opción negada donde se estrangulan las libertades individuales y se oprime a la sociedad. Por eso hay que resguardarlo con tanto esmero.
El posible quejido de Francisco I. Madero al ser asesinado, Sufragio efectivo, no reelección, debería seguir resonando en la región como antídoto contra la maldición de Porfirio Díaz.


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